Segundo Levantamiento Vikingo.

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Nuevamente, aquellos sirvientes que habían sido capacitados para específicamente esa función estaban colocados uno al lado de otro, luciendo sus magníficos uniformes bordados con la bandera de su patria, haciendo sonar sus magníficos instrumentos ...

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Nuevamente, aquellos sirvientes que habían sido capacitados para específicamente esa función estaban colocados uno al lado de otro, luciendo sus magníficos uniformes bordados con la bandera de su patria, haciendo sonar sus magníficos instrumentos por la potencia de sus pulmones, sus cabellos peinados de la misma manera para que ninguno resaltara sobre otro, anunciando con su melodía la llegada de la familia real de Italia. Nuevamente, los jóvenes soberanos de la joven patria se presentaron como una pareja enamorada, tomados de la mano, con una sonrisa de oreja a oreja que solo aquellos que jamás habían liderado un ejército podían dibujar en sus rostros, con unos ojos brillantes con la inocencia de alguien que no ha visto el temible campo de batalla puede tener. Vestidos con los más impresionantes trajes, hechos con las más finas y caras telas del continente entero, decorados con bordados de hilos de oro que no temían en hacer obvias referencias a la SPQR*, pintados de morado, el color de los dignos emperadores romanos. Los reyes italianos eran la máxima expresión de un niño que se defendía tras la sombra de su hermano mayor, la máxima expresión de un vago hijo que vivía gracias a las comodidades trabajadas por sus padres, la máxima expresión de alguien que vivía a partir de los logros de alguien más y no pretendía hacer nada para mejorar su situación por su cuenta. Los demás aristócratas no podían evitar sentir la misma cantidad de indignación y envidia cada vez que pensaban en la manera en la que los reyes italianos habían obtenido el poder, incluso llegaban a entender a los vikingos con respecto a su indignación en cuanto la forma europea de obtener sus respectivos tronos y coronas. Aquel soberano con más honra de los presentes solo podía presumir de una guerra civil en contra de una bebé*, el peor parado de ellos tenía que hablar de su compromiso con alguien a quien realmente no amaban, mientras que los vikingos obtenían sus puestos mediante muestras de valor, fuerza y utilidad para con su pueblo, ¿pero los italianos? Esa gente había aceptado su trono como un cariñoso regalo de alguien mucho más digno, y en lugar de comenzar su reinado con brillantes campañas de expansión o grandes pactos que durasen generaciones, preferían hacerlo con extravagantes fiestas frívolas que dejaban en ridículo frente a los paganos asiáticos y bárbaros a las maneras cristianas y europeas. Claro que cualquiera de ellos hubiese amado haber obtenido su poder de una forma tan sencilla como la de los italianos, pero, aun así, la veían indigna.

Los príncipes italianos, por otro lado, parecían prometer tan solo un poco más que sus joviales padres. Parecían tan solo un poco más interesantes que sus progenitores pues, ahora que cada soberano se había detenido a observarlos mejor, sus ojos brillaban con la energía de la ambición, las flamas de sus ojos advertían que estaban dispuestos a lo que sea por hacerse con la corona italiana. Los tres mayores parecían los más confiados, eran ellos los que estaban seguros de que, de una forma u otra, al menos gozarían un periodo en el que gobernasen. Los más jóvenes, aquellos que eran los últimos, por otro lado, se veía tremendamente furiosos, indignados por tener tan pocas probabilidades, derrotados sin siquiera iniciar el juego, conformados con la idea de tener que casarse en otro reino para algún día llevar una corona sobre las cabezas. Todos los príncipes de Italia se veían igual de ansiosos por obtener algo de poder, fue por ello por lo que el resto de los gobernantes no pudieron detenerse antes de comenzar las apuestas de quien sería mejor para el país y quien terminaría gobernando.

Huyendo del destino [HiccElsa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora