Vikingos en tierra enemiga.

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[Imaginad que son más jóvenes]

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[Imaginad que son más jóvenes]

Cuando éramos niños todo aquello que ahora mismo tenemos delante de nuestras narices parecía tan inmenso y tan increíblemente aterrador. Cuando éramos pequeños y nos creíamos indefensos aquellas construcciones parecían dignas de nuestros todopoderosos dioses, aquellas construcciones nos recordaban que, desde el momento en que llegaron a nuestras vidas, esas extrañas gentes eran los jueces de nuestra vida, si valíamos o no, si nos perdonaban o no, si vivíamos con aquel grotesco trauma infectando nuestra psique o moríamos terriblemente ahí mismo. Cuando éramos pequeños nos ocultábamos de las cosas delgadas, por temor de que fueran esas gentes disfrazad... cuando éramos pequeños empezamos nuestras rutinas de llorar por las noches hasta dormir... y hasta ahora somos fieles a esas agotadoras costumbres.

Cuando éramos pequeños esas gentes llegaron a nuestros pueblos y destruyeron nuestras vidas y nuestros destinos con la única finalidad de tener la posibilidad de moldearnos como quisieran. Cuando éramos pequeños vimos morir a padres, tíos, abuelos, hermanos, sobrinos, primos... vimos morir a tanta gente que ni si quiera pudimos contarlas, porque nadie nos había enseñado a contar tanto. Algunos de nosotros, en un infantil intento de comprender esas magnitudes, contaban cuentas veces se repetía el número más alto que conocían.

Cuando éramos pequeños y recopilamos nuestros conteos llegamos a una aproximación del número real que los adultos no nos quisieron confirmar.

La cantidad de muertos era superior a 15 repetido más de 15 veces.

Ahora, que éramos adolescentes, conocíamos la cifra real y conocíamos lo que eso significaba... porque cuando éramos niños transformar los rostros de nuestras familiares, conocidos y amigos perdidos nos ayudó un poco a aliviar el dolor... ese dolor que nos había rodeado a lo largo de nuestra vida cuando, con completa inocencia, preguntábamos por el paradero de alguien que hacía tiempo no habíamos visto y los adultos tenían que decirnos su trágico destino.

Ahora, que éramos adolescentes, ahora, que habíamos vivido una guerra, nos negamos rotundamente a contar cuantos de los nuestros –los verdaderamente nuestros, no esos desgraciados europeos que ni si quiera querían pelear a nuestro lados– con números a menos que fuese completamente necesario, nuestro "conteo" fue con nombres y apellidos, tal vez fuese por masoquismo puro o por deseos de no olvidar con facilidad a los caídos... la cuestión es que los nombramos a cada uno de ellos para poder darle el pésame correcto a su familia.

Emprendimos nuestro viaje en cuanto notificamos la falta de Hiccup a su padre, quien estaba presionando incontables paños ensangrentados sobre sus múltiples heridas mientras obligaba a los perdedores a firmar los tratados de paz. El pobre hombre, aquel que hacía de figura paterna para todos nosotros, pareció querer rugir el mismo fuego que soltaban nuestros compañeros alados, parecía querer montarse en su propio dragón y viajar hasta el fin del mundo, si hacía falta, para tomar a su hijo de las greñas y zarandearlo de lado a lado hasta el día de sus muertes... pero, felizmente para nuestro amigo, Estoico estaba demasiado herido y cansado como para ir a por él. Aunque, claro, Hiccup no se salvaría del todo, nosotros también estábamos furiosos con él, la única diferencia entre su padre y nosotros es que nosotros no teníamos la libertad legal de matarlo.

Huyendo del destino [HiccElsa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora