Fue en un pequeño pueblo a diez kilómetros de la capital alemana, un pequeño pueblo que no tenía más de doscientas personas mal nutridas, casas rectangulares de madera podrida llenas de nieve que poco a poco se descongelaba, en ese pueblito fue donde la reina fugitiva de Noruega pudo finalmente descubrir el terrible destino del último varón de la trágica familia real del gran imperio alemán y de los que no pudieron escapar durante el ataque de los vikingos. Seguramente existía mucha información vital que ella llegaría a necesitar para regresar todo a la normalidad, pero la gente estaba sumamente tan destrozada que no se atrevió a preguntar por ninguna otra cosa más que la desgracia del pobre príncipe Joss. Aquella definitivamente no parecía una población del gran Imperio alemán, el pueblo entero de la gran nación se había sumido por completo en el abismo infinito de la ausencia de esperanza, los grandes planes que se habían formado con las promesas de conquistas de los difuntos gobernadores se habían derrumbado por completo, la ausencia de un heredero, por más de que las leyes que impedían a las princesas adquirir el trono se había revocado permitiendo que la mayor de las hijas del difunto rey alemán se volviera gobernadora, había dejado a los pueblerinos en un estado constante de inseguridad y desconfianza hacia la nueva soberana del país, sobre todo teniendo en cuenta quienes eran los nuevos residentes del imperio alemán y lo poco que había hecho su nueva líder para mantenerlos a raya. Iduna reconocía a los presumidos alemanes como gente dispuesta a defender sus tierras, grandes nacionalistas con almas exageradamente ambiciosas, pero lo que había visto al llegar era gente asustada que se había autoimpuesto un toque de queda muy estricto que solamente se rompía por los bares, quienes se arriesgaban por el resto de los locales para mantener contentos a sus invasores.
Fue un grupo de treinta y cinco vikingos, los que se presentaron como bravos y respetados miembros de la tribu berserker, quienes llegaron a la capital y se autoproclamaron los nuevos dueños de la ciudad principal y todos los pueblos de sus alrededores con el tratado de la Revancha del Norte como excusa para hacer lo que quisieran. No despojaron a la familia real de sus palacios gracias a las normativas del mismo tratado que los ponía en poder, pero se permitieron ser ellos los que cobrarán los impuestos a los ciudadanos, sorpresivamente rebajándolos, pues, para diversión de los políticos alemanes, los vikingos en verdad no tenían ni idea de cuanto se tenía que cobrar exactamente. Y aunque la gente aún tenía algo de ventaja sobre la poca información que poseían los vikingos, el temor a esos barbaros estaba presente en todo momento.
Fue por eso por lo que el dueño de aquel bar, uno de los pocos que cerraban con candados sus puertas al ver llegar a los bárbaros, estuvo tan dispuesto a usar su arma cuando dos desconocidos con un fuerte acento escandinavo entraron tan temprano en la mañana en su local, cubiertos por capuchas que ensombrecían sus rostros y mudos como cadáveres. Sin embargo, se mostró impresionantemente cariñoso cuando reparó en quienes eran esos desconocidos escondidos tras las sombras de sus ropajes.
–Bendito sea el cielo por haberos permitido escapar, su majestad –había dicho el hombre cuando la mujer, en el lugar privado que le había indicado el dueño del bar, se había quitado la capucha de la cara justo después de su acompañante–. Os habéis librado de una gran tragedia, mi señora. Bendito Cristo, su majestad, por manteros a salvo.
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Huyendo del destino [HiccElsa]
FanficLa historia avanza, los imperios se alzan y se derriban. Nada durará para siempre. Pero ni Berk ni sus aliados quieren aceptarlo, quieren seguir incluso si la lógica dice que debieron de caer décadas atrás. Habrán de romper sus tradiciones para cons...