Veneno

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Mansión Black

Tras el inesperado encuentro con George en la casa de los Weasley Elisabeth se fue sin pensárselo dos veces, aún seguía en shock después de haberse enterado de la muerte de Fred y aunque pensaba que George no iba muy desencaminado en lo que le dijo, eso no significaba que no le doliese o que fuese el momento adecuado para escucharlo. Así que no queriendo provocar más daño del que ya había causado a aquella familia, se fue para no volver jamás. No podía volver a casa de sus tíos, necesitaba estar sola, y a pesar de que sabía que debían de estar bastante preocupados, no soportaba la idea de tener a nadie encima intentando consolarla.

De este modo, tras una breve visita al supermercado para aprovisionarse de vodka y de unos cuantos envases de comida precocinada decidió que la mejor opción era irse a la mansión Black. Nadie la buscaría allí pensaba, no le tenía mucha estima a aquella casa y eran raras las ocasiones en las que había decidido pasar algo de tiempo allí. No era que odiase a la casa o que odiase a su familia, sino que cada vez que estaba allí empezaba a pensar en el tipo de vida que podría haber tenido pero que nunca tuvo; pensaba en su padre y en su tío que ya habían muerto, también pensaba en su madre que nunca había conocido y que también le habían dicho que estaba muerta. Todo aquello la ponía triste, y aunque adoraba a la familia que había tenido, siempre había echado de menos tener a los Black con ella.

Cuando llegó a la casa dejó todo lo que había comprado en la cocina y se fue a la habitación en la que siempre se quedaba, con dos botellas de vodka una bajo cada brazo, mientras se encendía un cigarrillo con las manos libres. La habitación de su padre lucía tal y como la recordaba, limpia y ordenada, los colores y el león de Gryffindor la adornaban y le daban un aire menos lúgubre que al resto de la casa. A Elisabeth le gustaban las cosas lúgubres, no en vano llevaba una vida de ese tipo desde hacía diez años, pero aquella habitación le recordaba mucho al carácter de su padre y eso siempre conseguía animarla un poquito. Durante el poco tiempo que había podido pasar con él se dio cuenta de que era un gran hombre, solo hubiese deseado haber tenido algo más de tiempo para conocerse mejor.

Posó una de las botellas en el escritorio y abrió la otra antes de pegarle un gran trago, no se molestó en volver a cerrarla y encendió un cigarrillo antes de tirarse en la cama para beber hasta perder el sentido. Si bien antes de llegar a la casa había estado más o menos tranquila, el haber despertado tantos recuerdos y sentimientos bloqueados al llegar a la casa la había golpeado como una bofetada y allí echada en la cama, sola, muerta de frío y vulnerable, rompió a llorar. Sabía que lo había tenido más fácil que otras personas, había tenido no una sino dos familias que la habían querido, cuidado de ella y protegido siempre; además, aunque no hubiese resultado bien, dos hombres la habían amado con locura y ella a ellos. Entonces, ¿por qué se sentía tan desgraciada? No paraba de preguntárselo.

El llanto dio paso a la desesperación, lloraba incontrolablemente y su pecho se contraía sin poder evitarlo. A pesar de que ya había bebido bastante sabía que necesitaba calmarse, el dolor que sentía se estaba empezando a volver insoportable, por lo que se levantó y rebuscó en su bolso por sus pastillas; llevaba tomando ansiolíticos muggles desde hacía tanto tiempo que no lo recordaba, la ayudaban a sobrellevar aquellos momentos en los que se agitaba tanto y la ansiedad crecía dentro de ella sin control. Pero cuando sacó el envase comprobó con horror como estaba vacío, estaba segura de que había guardado varios botes de pastillas antes de salir de viaje, pero con la ansiedad creciente y la borrachera cada vez mayor le era imposible recordar dónde los había guardado.

Se frotó los ojos con fuerza para intentar quitarse el tan desagradable dolor que se había instalado en su cabeza, se empezaba a sentir mareada y débil, notaba como la vista se le empezaba a nublar y las rodillas casi no la sujetaban y empezaban a ceder bajo su peso. Sabía que necesitaba aquellas pastillas si no quería tener el peor ataque de ansiedad que había sufrido en su vida, pero en el estado en el que estaba no era una opción salir a buscar una farmacia, porque aunque la encontrase estaba segura de que no le venderían las pastillas, y con razón. Tampoco era una opción volver a casa de los Malfoy, sabía que si las había cogido las pastillas probablemente estuviesen dentro de su maleta, pero se negaba tajantemente a dejar que nadie la viese en aquel estado.

Furia de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora