Ojalá

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Centro comercial Harrods, Londres

—Elisabeth por favor —suplicó George mirándola—, ¿no has comprado suficientes cosas ya?

—Cállate traidor —dijo sin mirarle mientras pagaba su décima compra. —Toma, las bolsas. Nos vamos a la sección de zapatos, de la que pasábamos vi unas botas que le sentarían increíbles a Ginny.

George resopló mientras alcanzaba a coger las bolsas que la pelirroja le tiraba y la siguió no sin protestar.

—¿En serio Lizzy? Son solo unas vacaciones, ¿qué tiene de malo? No es como si te hubiesen quitado la empresa.

—¿Sólo unas vacaciones? —se paró en seco dándose la vuelta para enfrentarle— Más bien dirás una baja forzosa. Esa empresa ha sido mi hija por diez años, no he descansado un solo día, nada de vacaciones ni de días libres. Ha sido lo que me ha mantenido a flote durante todo este tiempo, y me lo he trabajado, dios sabe que me he pelado el culo por esa empresa.

—Nena, cielo, tranquilízate —dijo George posando las bolsas en el suelo y abrazándola. —Nos preocupamos por ti. Entiendo que estés enfadada pero todos estamos preocupados por tu salud. Solo queremos que estés bien —le agarró el mentón para que le mirara a la cara—, en cuanto acaben estos dos meses volverás al trabajo. Hasta entonces —le besó tiernamente la nariz— tú y yo vamos a divertirnos.

—Vale... igual me he pasado un poco —se abrazó otra vez al pelirrojo y apoyó la cara en su cuello— pero entiéndeme, ha sido muy precipitado todo... En fin, suena bien eso de divertirnos tú y yo —beso su cuello con suavidad antes de apartarse para mirarlo—, pero hasta el momento aún estás cumpliendo tu castigo, así que coge esas bolsas y sígueme hasta la sección de zapatos.

George observó como Elisabeth se daba la vuelta para continuar caminando moviendo las caderas hacia la sección de zapatos. No pudo evitarlo pero sonrió. A pesar de que odiaba ir de compras y de que no le hacía ninguna gracia ir cargado hasta los topes estaba feliz de que ella por fin volviese a estar en su vida. Mientras seguía mirándola embobado ella se dio la vuelta y le hizo una seña para que la siguiese, suspiró resignado y se agachó para coger las bolsas. Aquello merecía la pena.

—¡Oh mira Georgie! —dijo enseñándole unos zapatos bajos de ante marrón. —¿Crees que le gustarían a mamá?

—Supongo que sí... —contestó pensativo— nunca me he fijado en sus zapatos si te soy sincero.

—Nos los llevamos, y esos otros también —dijo sonriendo a la dependienta mientras señalaba cinco cajas más ante la mirada de terror de George.

—¿En serio? ¿Cuándo te ha dado tiempo a elegir todos esos zapatos? —preguntó mientras el teléfono móvil de la mujer empezaba a sonar.

—¿Puedes cogerlo tú cielo? Tengo que pagar —le sonrió ampliamente antes de darse la vuelta hacia la empleada y empezar a charlar animadamente con ella.

—Teléfono de la señorita Black, le habla su esclavo del día George Weasley —contestó al descolgar el teléfono.

—Hola George querido —empezó a reírse la señora Malfoy—, ¿puedes decirle a mi sobrina que dejamos el té para pasado mañana? Por cierto, he estado hablando con tu madre y hoy por la noche organiza una cena para toda la familia, nosotros no podremos asistir porque ya tenemos un compromiso. Os esperan a las ocho.

—Hola Cissy. Sí, sin problema, ya aviso ahora a Elisabeth. Un beso tía.

—Eres un tesoro Georgie, un beso querido. Hasta pronto.

—Hasta pronto —se despidió el pelirrojo colgando el teléfono.

—¿Y bien? —preguntó la pelirroja mientras miraba al hombre de reojo.

Furia de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora