¿Sueños o alucinaciones?

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Hospital San Mungo

George corría por los pasillos del hospital con Elisabeth en brazos mientras una alterada Narcisa le seguía sollozando.

—¡Mi niña! ¡Mi pobre niña! —gimoteaba sin control.

—No le va a pasar nada Cissy, se va a poner bien... ya verás como se pone bien —contestaba el muchacho intentando más convencerse a él mismo que a la mujer.

No sabían cuánto tiempo llevaban caminando por el hospital desierto, corrían desesperados mirando hacia todas direcciones intentando encontrar a alguien que los ayudase. Al tomar la siguiente curva a la derecha por fin vieron a alguien, el hombre fue el primero que vio a la figura y sin pensárselo dos veces empezó a correr desesperado hacia ella.

—¡Por favor ayúdenos! —gritó mientras se acercaba a lo que se dio cuenta era una mujer— ¡Necesitamos que alguien nos ayude!

La medimaga preocupada por la urgencia en la voz del hombre se apresuró a ir a su encuentro.

—¿Qué le pasa? —preguntó mientras comprobaba su pulso y miraba sus pupilas.

—No lo sé... la encontramos inconsciente, parece que había bebido y se tomó una poción pero no sabemos qué era... Por favor ayúdela —la miró implorante.

—No hay tiempo que perder, está muy débil. Síganme —le apremió la mujer echando a correr por pasillo.

George estrechó a la pelirroja entre sus brazos un poco más fuerte y corrió todo lo rápido que pudo detrás de la medimaga. Ni siquiera echó la vista atrás para ver si Narcisa los estaba siguiendo. En aquel momento lo único que le preocupaba era Elisabeth. Al cabo de unos instantes entraron en una sala enorme llena de gente que se volvió a mirarlos por el escándalo que estaban montando.

—¡Williams, Peters¡ —gritó la mujer a dos medimagos que corrían hacia ellos— Caso muy urgente. Se la encontraron desmayada. Intoxicación etílica junto con poción desconocida. Pulso muy débil y las pupilas no responden.

Sin perder tiempo los hombres agarraron a la mujer de los brazos de George, a lo que él se resistió instintivamente para pronto comprender que era por su bien. Intentó ir detrás de ellos pero lo pararon al instante.

—No pueden pasar —dijo Peters con firmeza mientras George asentía consternado por toda respuesta.

—Quizá necesiten esto —dijo Narcisa con un hilo de voz mientras les extendía la copa que había encontrado junto a su sobrina.

—Nos será de mucha ayuda —dijo la medimaga mientras cogía lo que más mujer le ofrecía—, les avisaremos cuando tengamos noticias, pueden esperar en esa sala —señaló una puerta a su derecha antes de darse la vuelta e irse.

El pelirrojo agarró del brazo a la mujer y con suavidad la condujo hacia donde les habían indicado. Era una sala aséptica, unas cuantas sillas, una mesa baja con unos cuantos ejemplares de El profeta y Corazón de bruja y una fuente con agua. Ayudó a Narcisa a sentarse y fue a buscar un vaso de agua. Al ofrecérselo la mujer lo miró con los ojos vidriosos y sin entender muy bien lo que pasaba, insistió y al final lo agarró y se lo llevó a los labios con la mano temblorosa.

Nunca un Black le había parecido tan frágil y derrotado. Se sentó a su lado y le agarró la mano, y al hacerlo se derrumbó y se puso a llorar apoyada en su hombro. Lo único que podía hacer era abrazarla mientras se desahogaba, se sentía impotente. Ni siquiera ya tenía ganas de llorar, tenía una enorme bola de preocupación en la garganta y unas ganas atroces de gritar se intentaban apoderar de él para librarse de esa presión.

Narcisa había dejado de llorar hacía un rato, pero podía sentir sobre su cuerpo como hipaba de vez en cuando. Él no paraba de deslizar su mano de arriba a abajo sobre su espalda en un intento por reconfortarla. Intentaba dejar su mente en blanco y concentrarse en la mancha que había en la pared en frente de él para poder obligar a que las horas pasasen más rápido, pero cuando bajaba la guardia la muerte de Elisabeth se instalaba en su cerebro y las ganas de gritar y golpear algo le atenazaban.

Furia de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora