Sinópsis: en Encanto, un pequeño pueblo mágico protegido por una vela que concede milagros, vive Mirabel, una chica de quince años miembro de la poderosa familia Madrigal. Cada vez que una persona de la familia cumple cinco años, la vela los bendice...
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La joven continuaba llorando y lamentándose, sintiéndose una completa idiota e ilusa al pensar que alguien realmente se había preocupado por ella.
...
"nunca realmente me sentí querida por mi familia...y quizás...quizás tampoco mi relación con Bruno fuera muy compleja...pero...él me hizo sentir que yo valía algo para alguien...que era especial...lo sentí aún más cuando me percaté de como la gente me veía...nunca sería lo suficiente para ellos...ni si quiera les daba suficiente lástima...nadie nunca volvió a dar la cara por mí...nunca nadie intentó defenderme...ni mi tío Félix...ni Pepa...ni la abuela...ni mis hermanas...ni mis primos...ni si quiera mis propios padres...me sentí tan alejada y ajena a ellos que me refugie en el recuerdo de alguien...no...en el recuerdo idealizado de alguien, porque a pesar de todo...estaba muy agradecida...pero...¿Agradecida de qué? Si Bruno me maldijo...Bruno me quitó mi lugar en la familia...me negó el cariño...el afecto...el respeto...me negó todo...incluso su propia presencia."
La chica se envolvía a sí misma entre sus brazos, intentado calmar los temblores que emitía su cuerpo.
Ahora mismo no sentía más que ira y tristeza...se sentía abandonada...ignorada...burlada...sentía...
Que no valía nada.
"..."
Su familia se lo recalcó, el pueblo se lo recalcó, Bruno se lo recalcó.
...
Poco a poco no quedó más espacio para más emociones que no fuesen la tristeza y el sentimiento de una soledad profunda...pero en realidad no se hallaba ajena a aquel sentimiento de inutilidad y desinterés...lo había sentido durante su ceremonia, durante su crecimiento, durante el cumpleaños de Antonio, durante este día...durante cada maldito segundo de su vida.
Ni si quiera la magia de la vela la consideró útil.
...
Las lágrimas no paraban de brotar de aquellos ojos cafés, que ahora era tan cristalinos como el agua turbulenta de algún río.
Sus lentes se hallaban empañados por su respiración agitada y estrepitosa.
Su rostro estaba ahora oculto entre sus rodillas.
Así fue como aquella chica estuvo sollozando...durante casi media hora.
