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Al azulado verse reflejado en el líquido de su café, solo dejo que un largo aire entrara a sus pulmones para expulsarlo después más agotado y cansado

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Al azulado verse reflejado en el líquido de su café, solo dejo que un largo aire entrara a sus pulmones para expulsarlo después más agotado y cansado.

Admitía que, desde que se enfermó, no había podido dormir lo suficientemente bien por dos simples razones; la primera: porque aún no podía descansar del dolor de cabeza y la segunda, aún sentía un poco de culpa al recordar cómo le había hablado a su amiga Amy.

Odiaba sentirse así, el peso en sus hombros se intensificaba al recordar cómo el rostro de ella que siempre mostraba un ambiente lleno de calma, se convirtió en miedo y en tristeza y todo por culpa de él.

No era bueno pidiendo disculpas, y por eso decir que se sentía como un idiota era muy poco comparado con más cosas que pudo ofrecer.

Pasó sus manos por cada cien, e hizo un leve masaje, tratando de pensar.

—Sonic, amigo. No sé si sea buena idea que estés aquí de esta manera. Mira, estás pálido —escuchó la voz de su mejor amigo, que se oía desde cerca.

—No, estoy bien. Tranquilo —una voz ronca salió de su garganta— solo necesito... Hmm, no hablar mucho, solo eso.

—Está bien —aceptó no muy convencido— ¿Quieres algo de tomar? El café que siempre quieres o algo de comer.

Negó con la cabeza, mientras se pasaba una mano por la frente.

—Solo... llámeme si necesitás algo.

Asintió despacio, pues el dolor en el cuello y en los hombros no lo dejaba moverse con tranquilidad.

Deseaba que no fuera estrés, pues en su adolescencia, por causa de la universidad y de todo el cargo que tenía encima con tan solo quince años, se enfermó y cayó en cama sin poder moverse.

Recuerdos horribles y pensamientos reprimidos por años. No quería nada de eso devuelta, no creía poder pasar por las mismas cosas y menos ahora que vivía solo.

No podía arriesgarse tanto.

Alzó la cabeza, con sueño, pero sin tener ganas de irse de ahí; se quedó observando la televisión que compartía la cafetería, mientras su cabeza se quedaba apoyada en el respaldar de la suave silla.

Veía a las demás persona desde lejos, cada uno en sus cosas y asuntos. Se estaba aburriendo ahí dentro, y si seguía así estaría a solo un segundo de irse.

Escuchó a lo lejos, sin inmutarse a mover, como la campanilla que hacía su típico sonido empezó con esos dulces toques que hacían su cuerpo estremecerse.

Ni sabía la razón, solo era como un leve empujón de ansiedad el que le daba.

Escuchó algunos buenos días, otros de unas mujeres mayores riéndose con gracia de una jovencita que iba pasando al lado de ellas. No tenía que adivinar mucho, después de todo los sonidos de tacones bajos hacían que lo descubriera con facilidad.

Abrió un ojo e hizo una mueca en sus labios; no admitió nada, solo sintió.

Su cuerpo no lo mostró pero sus ojos lo delataron, un brillo especial sintió cuando la vio ahí parada en frente suyo, con una mirada curiosa pero algo afligida.

No era extraño verla en ese ánimo, después de todo, aquella chica era tan extraña como su salud ahora mismo.

Se sentó bien y se le quedó mirando al rostro, ella le sonrió aborrecida y le saludó con la mano, para después ser invitada por él a que se sentase al frente.

Su voz le dijo que estaba bien, aunque eso solo le hizo sentir peor a él.

—Estás... —y la vio con atención: sus labios, sus mejillas adornadas de un rosa claro, su cabello recogido y sus manos se le veían delicadas— hermosa.

—¿A-ah si? —no pudo evitar sonrojarse.

—Si... ¡Oh, bueno! Es decir, sí, siempre lo estás pe-pero a lo que me refiero es que... estás linda hoy. Estás... como se le dice sin ser grosero... —lo pensó más de una vez. Una inquietud en su pie lo hizo lucir nervioso— es solo que... ¿No te enojarias si te hago un cumplido?

—Bueno... En parte tuya yo creo que nada malo vendrá —y ahí está, aquel pequeño sonrojó le dio fuerzas a él para decirle lo que pensaba.

—Bueno... es que de verdad, te ves diferente hoy. Luces... bonita. Como si se te viera de otro semblante.

—Ayy, bueno... muchas gracias, Sonic —tomó aire avergonzada, no era muy buena diciendo cosas tan lindas— tu también te ves lindo hoy.

—Jaja, ¿Yo? Pero sí luzco igual que todos los días.

—Para mí no, ja.

Él le agradeció con una sonrisa y se quedó pensando algunos instantes. Recordó que la vio afligida al llegar y eso no le sorprendió, después de todo desde que la conoció algo siempre tiene que arruinar su día.

Pero no iba a interferir en saber qué era lo que le había pasado exactamente, solo trataría de subirle el ánimo.

—¿Quieres un batido? Yo invito.

—Ay, no. No quiero molestarte, Sonic.

—No lo estás haciendo.

—Pero...

—Vamos, al menos solo por esta vez.

Ella lo dudó un poco pero terminó aceptando.

Diez o quince minutos después llegó un juguetón Tails que les dio a cada uno su pedido. Ella con su batido y su postre de fresa y él con un simple pan francés que conoció en uno de sus viajes y quedó fascinado.

La observó sin que ella lo notase, y disfrutó la vista: ella lo miró y le sonrió, porque eso era lo que estaba buscando. Una sonrisa en sus ojos y el sonido de su risa.

Se sintió dichoso de que él haya sido ese pequeño empujón de felicidad que le había ofrecido esa mañana.

No era mucho lo que daba, a cambio de ella, que le regaló un corazón que se sintió estrecho por tanto gozó.

Terminó por levantarse cuando ella lo hizo y se despidió de beso en la mejilla para después verla irse con las manos agarradas entre sí.

Tal vez nerviosa, tal vez queriendo ocultar y no ser expuesta al sentimiento de ansiedad que sentía por esos pequeños actos.

Respiró hondo, sintiéndose mejor que hace una hora, cuando sentía que se le estaba viendo el mundo encima por una simple gripa.

Tails los miró desde la barra, feliz por ambos.

En algún futuro iba a molestar a esos dos tórtolos.

En algún futuro iba a molestar a esos dos tórtolos

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BATIDO DE FRESADonde viven las historias. Descúbrelo ahora