frené

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y frené, frené frente a una flor, frené ante una pintura, frené ante una puesta de sol, frené ante el mismo correr. Frené, frené para mirar todo detenidamente. Me detuve, por supuesto que me detuve, solo quería disfrutar los momentos en los que más paz me generaba la vida. Así como lo hiciste vos, yo corrí y vos decidiste frenarte; oliste la flor, miraste la pintura, disfrutaste la puesta de sol, dejaste de correr. Miré hacia atrás y te vi disfrutando ser y estar, me miraste y me pediste que siguiera mí camino, que algún día iba a encontrar un lugar donde frenar yo sola.
Corrí, mucho más de lo que me imaginaba que iba a correr, cada vez entendía menos tu desición de mirar la vida. Me parecía triste sentarme, estar sola, estar callada. Me parecía triste estar sin vida, pero de tanto pensar me senté a descansar, vi un banco en medio de la nada y miré a mí al rededor, no sé que fue lo que vi pero no me quise mover de ahí.
Después de un tiempo de mirar supe que debía continuar, pero ya no corrí, sorpresivamente sé lo que es caminar. Caminé, por todos lados caminé, sentía que iba a llegar tarde pero aún así no le apuré. Miré, miré cada pequeña cosa, cada pequeño sentido.
Frené ante la vida porque un día me enseñaste que por más que no llegue a tiempo nunca va a ser tarde para disfrutar el camino. Sé que frenaste en tu lugar correcto para que yo encuentre el mío también.
Hoy en día veo cada mínima cosa pasar y el simple hecho de saber que hay vida me hace relajar. Volví a mi centro sin saber que tenía uno, respiro profundo y continuo, no paro, solo descanso a veces. Me di cuenta de que frenar para ver una estación, un lugar, un objeto, una sensación o simplemente para estar es mucho mejor que correr solo sintiendo miedo de no llegar a tiempo. Así que caminé más lento y disfrute la ruta que, aunque solitaria y diminuta me siento sé que puedo verte en el viento.

Diario de una adolescente solitaria Donde viven las historias. Descúbrelo ahora