Capítulo 10 | No quiero amor ni alas.

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31 de junio de 1950

Dicen que mantenga los pies en la tierra, pero qué se supone que haga cuando ya me han salido las alas.

El canto de las aves sonaba como un grito de libertad para los soldados que se encargaban de los cultivos, parecía un ensueño para ellos dedicarse a tratar la tierra, de hecho, todos los que turnaban en el campo, eran los más afortunados.

Pero los más desafortunados también.

Parecía un salto de suerte trabajar en esos terreros, cualquiera gritaría de emoción al enfrentarse a la naturaleza tranquila y no a los combates de fuego, en donde era muy probable que nadie regresara vivo.

Sin embargo, ir a los cultivos comenzó a ser un reto desde que una granada estalló ahí una semana atrás, hiriendo a más de quince hombres y matando a dos. Fue un escándalo en Incheon, el detonante perfecto para que la gente comenzara a alarmarse de verdad. Pues hasta ese momento, Incheon era el lugar menos afectado por la guerra.

Los norcoreanos ya habían invadido más de la mitad del sur y las cosas se ponían complicadas, la gente ya no podía escapar, el ejercito se empezaba a debilitar y la nación lloraba sangre. Y ni siquiera había pasado medio año desde que el enfrentamiento comenzó. Quedaba mucho por delante y Corea del Sur se las veía complicadas.

—¿Tiene recuperación? —preguntó Song Mingi, había una pizca de esperanza en sus ojos, cosa que pareció curiosa para Wooyoung.

—La tiene, pero tardará bastante en sanar. Son quemaduras de segundo grado, pudo ser peor —explico el médico.

Song exhaló, más calmado. Colocó ambas manos en la cadera y de inmediato retomó su postura de mando, como un alfa. Fueron cortos minutos en los que pareció decaído, pero Wooyoung solo podía preguntarse que tan importante tenía que ser ese soldado postrado sobre la camilla como para hacer caer un poco el ego de Mingi, solo un poco.

El ambiente se sentía más ligero, pero Wooyoung no había pegado ni un ojo para dormir, llevaba más de veinticuatro horas de pie, luchando para despabilarse. Era un médico, estaba acostumbrado a no dormir y a pasar largas noches en vela, pero en esta ocasión, había trabajado como nunca, corriendo de aquí para allá con botiquines de emergencia y atendiendo a todos los heridos por la granada que cayó en el campo.

Estaba cansado, deprimido y angustiado. Y no era como que pudiera tomarse el descaro de dormir en esas condiciones, sus otros compañeros estaban en las mismas. Dormir en medio de una guerra era —valga la redundancia— un sueño.

No era tan grave, al menos no aún. El campamento seguía en las instalaciones de la zona militar y por un milagro, no era necesario comenzar a moverse.

Wooyoung perdió la noción del tiempo mientras cabeceaba sobre un libro de química avanzada, aún se encontraba sentado haciendo guardia a los heridos. Un picoteó en su hombro lo hizo levantar la cabeza de inmediato, su cara se torció con desagrado al encontrarse con un rostro que no quería ver.

Una semana había transcurrido desde el acontecimiento de la explosión, pero antes de eso, había sucedido un evento igual de catastrófico que tenía al médico pegando maldiciones al mundo.

Su indecente beso con Choi San en los pastizales.

Sus ojos se cerraron con impotencia al recordar las palabras que habían salido de la boca del comandante ese día.

El beso se profundizó, casi salvaje. No porque estuviera lleno de pasión, sino porque ambos deseaban encontrar una respuesta a una pregunta que ni siquiera se habían planteado.

Wooyoung soltó un suspiro lleno de adrenalina, sentía un calor envolverle el pecho mientras la firme mano de Choi le mantenía cerca, apretando ligeramente su nunca. El beso terminó con un ajetreo de respiraciones, mientras el comandante apresaba una ultima vez el labio inferior de Wooyoung y lo jalaba con sus dientes hasta soltarlo.

Fantasma de ti-sanwooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora