Capítulo 21 | Una razón para enloquecer.

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20 de noviembre de 1950

¿Arrancarás este pedazo de tinta negra o lo dejarás formar parte de tu librito de cosas metafóricas, filosóficas y marginales? Quisiera ser más entrometido, pero prefiero que tus labios pronuncien sobre mi boca toda esa palabrería que escupes aquí.

Su hermano siempre lo felicitó por ser una persona muy reservada, que nunca se entrometía en donde no debía y que siempre se mantenía alejado de los problemas, pero también decía que por muy bueno que fuera aquello, tarde o temprano perdería los estribos por alguien.

Jamás pensó que ese alguien sería Choi San. Un hombre, una figura masculina llena de palabras cliché que Wooyoung detestaba.

Choi San se estaba convirtiendo en esas palabras que jamás sería capaz de decirle a alguien más. Ese comandante de postura tan ególatra se estaba convirtiendo en su suplente de cigarro. Ya no necesitaba del tabaco para sentirse con la cabeza en las nubes, solo era necesario pensar en los labios humedecidos de Choi San y con eso era suficiente para que su cuerpo se estremeciera por completo.

En ese lapso tan largo que transcurrió, Wooyoung no solo había confirmado sus sentimientos por aquel hombre, sino que también ya se había dado por vencido. Ya no quería negarlo más. Su corazón dolía tanto por la incertidumbre de no volverlo a ver, que comenzó a rezar.

Wooyoung no era creyente, pero dicen que el tiempo de Dios es perfecto y él estaba viviendo en el tiempo de Choi San. Así que puso su esperanza en lo que sea que hubiera allá arriba y confió.

Confió ciegamente y esperó. Días, horas, minutos eternos. Hasta que eventualmente, el destino volvió a ponerlo en su camino.

—¡Tres heridos en puerta! ¡Muévanse! —gritó un soldado mientras entraba abruptamente por la puerta de la enfermería.

—¡Acerquen las camillas! —exclamó uno de los médicos.

El alboroto no tardó en llamar la atención de los que se encontraban alrededor. La sala se llenó de hombre ajetreados, empapados en sudor y sangre.

Jung Wooyoung, quien recién venía llegando se sorprendió por la cantidad de soldados que se encontraban en el lugar. La mayoría no pasaban de heridas menores, por lo que no eran un problema, pero cuando su vista dio con el grupo de enfermeros que rodeaban tres camillas, su sangre se congeló.

Las sábanas se teñían en rojo oscuro, los lloriqueos y quejidos de los postrados eran lamentables. Su cuerpo se movió con agilidad hacia el lugar, estaba acostumbrado a actuar sobre presión y tiempo, pero apenas se acercó unos cuantos metros, una persona se interpuso en su camino.

—Médico Jung, atienda a los de menor gravedad. Los cirujanos se encargarán de estos hombres —dijo Song Mingi.

—¿Son de gravedad?

—Tres de ellos tienen disparos en el cuerpo.

—Necesitan mi ayuda. Si son varios disparos necesitan detener el sangrado de todos ellos —dijo intentando retomar el camino.

—No pierda tiempo con ellos. Los hombres con menores lesiones me interesan más.

Wooyoung suspiró con decepción. Aún le costaba creer lo frío que era Song Mingi. Y desafortunadamente, aunque le disgustaran sus instrucciones, había aprendido a acatarlas como él decía.

Por eso, se giró sobre sus talones, regresando con el resto de los soldados de menor gravedad. Trató de comportarse ajeno e indiferente con lo que ocurría a sus espaldas, pero cuando escuchó a una de las máquinas anunciando frecuencia cardíaca nula, no pudo evitar mirar.

Fantasma de ti-sanwooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora