Capítulo 12 | Indiferencias.

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12 de julio de 1950

Dame razones para perder el juego, dame oraciones para rezar al cielo, dame ilusiones para caer de nuevo.

Era inútil.

Choi San le seguía a todas partes. A veces lo esperaba afuera de la enfermería, otras tantas afuera del comedor y vamos, poco le faltaba para interceptarlo en las duchas. Cosa que hubiera sido realmente vergonzosa para Wooyoung, ya que todos acostumbraban a andar desnudos de aquí para allá.

El médico necesitaba un respiro, un momento mucho más largo para pensar en todos los esfuerzos que hacía Choi para ganarse su confianza de nuevo. De por sí era bastante sofocante cuando le interrumpían para hablarle, ahora mucho más cuando además de eso, exigían que él también aportara a la conversación.

El tic tac del reloj en la cafetería era abrumador porque se acercaba la hora en la que el comandante solía aparecer en su campo de visión. Con prisa, Wooyoung terminó su plato de arroz y lo botó en el fregadero. Nunca había caminado tan rápido como en esa ocasión, pero era una situación de vida o muerte. Definitivamente no quería encontrarse con el dichoso comandante.

Logró salir al patio de enmallado, llamando la atención de los que preparaban armamento por ahí. Un hombre alto y robusto se le acercó, Wooyoung como el soldado que era se presentó en un saludo.

—Jung Wooyoung, cuarta sección —dijo con una reverencia.

—Soldado, ¿usted no debería estar en la enfermería?

—Me dirijo para allá, señor —aclaró.

—Olvídelo, quédese aquí. Nuestro médico ha ido a la zona oeste y necesitamos salir de emergencia al norte.

Wooyoung tragó saliva.

—¿Al campo, señor?

—Sí, hablaré con el general Song para informarle que nos acompaña. Prepare su equipaje, nos vamos en diez minutos.

El hombre se alejó, indicando al resto de soldados que hicieran formación para comenzar a subir a las camionetas de artillado. Wooyoung permaneció unos minutos en shock, su corazón estaba acelerado y su estomagó comenzó a doler, las nauseas se hicieron presentes, pero antes de poder vomitar, reaccionó. Corrió a la enfermería y comenzó a guardar todo lo que podría necesitar. Gasas, alcohol, agujas, pinzas, medicamentos. Las manos le temblaban.

—¿Se encuentra bien? —preguntó Hongjoong, quién tenía un rato observando como el médico preparaba una maleta con prisa.

—Avíseles a los pacientes que me ausentaré hasta nuevo aviso —respondió con prisa.

—¿Se va?

—Sí, necesitan apoyo en el norte y soy el único médico disponible en estos momentos.

—¿Va al campo? —Hongjoong exhaló la pregunta, el terror se dibujó en su mueca. Wooyoung asintió con un movimiento de cabeza, terminando de guardar todo en una pesada mochila que le abarcaba la mitad del cuerpo.

Una ola de aire entró por la ventana, helando el cuerpo de los presentes, parecía el golpe de una cruel realidad. Hongjoong no tuvo tiempo de decir nada más cuando el médico ya había salido corriendo por la entrada. Ir al campo y al norte, significaba no volver.

No hubo ninguna despedida, el tiempo en guerra no permitía tal cosa. Así funcionaba, bastaba un llamado para saber que no había opción ni recesión. Incluso Wooyoung sabía que tarde o temprano tendría que ir y ver la otra cara de la guerra, la verdadera muerte.

 Incluso Wooyoung sabía que tarde o temprano tendría que ir y ver la otra cara de la guerra, la verdadera muerte

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Fantasma de ti-sanwooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora