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A medida que nos dirigimos hacia Broadbeach, estoy emocionada, nerviosa y cada emoción en medio. Las puertas se abren antes de que lleguemos a ellas y ni siquiera le doy a Beckett la oportunidad de detenerse por completo antes de que esté fuera del coche y corra hacia la puerta principal, donde está Sammy.

—¡Hola, Sammy! —digo casi sin aliento mientras espero a que él se mueva lejos de la puerta.

—¿No quieres tu siguiente pista? —Su profunda voz retumba, creo que mi boca cae laxa y dejo caer los hombros porque pensé que no había más pistas. Pensé que estaba en la recta final y en mi dirección para ver a Peeta.

—Claro —me obligo a decir. Sin pensar, de repente me cubro la cara para bloquearla de cualquier cosa que Sammy está lanzando en el aire. Durante un minuto no lo capto. Los diminutos destellos de plata que reflejan los rayos del sol y luego se pegan en mí. Cada parte de mi cuerpo está atenta mientras la piel de gallina cubre mi cuerpo. Y parece tan gracioso de verdad, que este, hombre intimidante y fuerte se quede de pie en medio de una lluvia de destellos. No tiene precio en más de un sentido, porque hace brillar el aire.

El sollozo se ahoga en mi garganta mientras una sonrisa se extiende por la cara de Sammy mientras extiende una caja para mí.

Supongo que a partir de esto, las palabras me serán robadas, y mi corazón caerá sin miedo. Cuando abro la caja, las lágrimas que he contenido no tienen posibilidades porque en el interior hay una taza de café llena de cubitos de azúcar.

Y puede ser cursi en su máxima expresión, pero la idea de que Peeta me escuchó esa noche, que me escuchó decirle la importancia del puente de la canción de Pink y que me la esté diciendo de nuevo en este momento por encima de todos los otros gestos que ha hecho esta noche me destroza.

Me deshace, dejándome muy abierta y me completa con solo una fea taza de café color rosa lleno de terrones de azúcar.

—¿Y? —pregunta Sammy, tratando de reprimir la sonrisa en su cara por mi reacción demasiado emocional a este indicio de mal gusto.

—Me llamaste azúcar —le digo con voz temblorosa y una sonrisa en mi cara.

—¡Chica! —Se ríe y se hace a un lado, abriendo la puerta a sus espaldas—. La última pista. —Mis ojos parpadean a los suyos—. Ve a donde escuchaste por primera vez esto con Wood.

—¡Gracias, Sammy! —le grito por encima de mi hombro mientras corro como una loca por la casa y voy a las escaleras. Mi corazón late con fuerza, mis manos tiemblan y mi mente se tambalea, desesperada por verlo, por tocarlo, besarlo y agradecerle, pero cuando llego al patio está vacío excepto por cientos de velas encendidas rociadas sobre cada superficie imaginable.

Suspiro por la belleza de las luces suaves que centellean en medio del cielo que se oscurece mientras camino hacia el piso de arriba a la terraza. Pongo mi dedo sobre la parte superior de una tumbona mientras escucho Glitter in the Air flotando suavemente en las bocinas de arriba y río.

—Maldita Pink. —Su voz es divertida, envolviéndome, sosteniéndome como un rehén dispuesto, y por mucho que me asuste, me hace sentir como en casa.

—Maldita Pink —repito, mientras me levanto para enfrentar Peeta, el hombre que amo con todo mi corazón, de pie delante de mí con la puesta de sol en su espalda iluminando sus rasgos oscuros con su luz suave. Tantas emociones y sobretensiones me atraviesan mientras él está allí, con las manos metidas en los bolsillos de sus gastados jeans, con su camiseta favorita cubriendo sus hombros inclinados casualmente contra la jamba de la puerta y la media tímida sonrisa que derrite mi corazón adornando sus labios.

—¿Tuviste un buen día? —pregunta casualmente mientras sus ojos se mueven arriba y abajo a lo largo de mi cuerpo, su lengua se lanza hacia fuera para mojar sus labios que luchan por no sonreír por completo.

DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora