CAPÍTULO 6

69 14 0
                                    

Me duele la cabeza. Me levanto aturdida sin saber qué ha pasado. Me dirijo al baño y el espejo me muestra la imagen desaliñada de una chica que acaba de levantarse y tiene la pinta de alguien que acaba de volver de una fiesta que ha durado toda la noche y ha sido bastante alocada.
Pero sé que no es así.
En pocas ocasiones he ido a fiestas, y siempre que he ido, Sarah venía conmigo y luego se quedaba a dormir en casa.
La cabeza me da vueltas, como si tuviera resaca, y decido bajar a la cocina para tomarme una aspirina.
Subo a mi cuarto y me meto en la cama, es sábado y no tengo nada que hacer. Son solo las 8.54am.
No recuerdo nada de lo que pudo suceder ayer. En mi mente hay como un tipo de niebla, y cada vez que me acerco a un recuerdo la niebla se hace más espesa y se desvanece todo con ella.
Empiezo a preocuparme de verdad.
Apoyo la cabeza en la almohada y encuentro una pluma negra debajo de esta.
Empiezo a sentir un dolor punzante en la parte posterior de la cabeza, como si mis recuerdos lucharan por salir a la luz.
Finalmente me desplomo sobre la cama. Miro a Greta, que está profundamente dormida, y cojo el móvil y marco el número de Sarah.
Suena la señal tres veces antes de que descuelgue, y con voz somñolienta dice:
— ¿Como se te ocurre llamarme a estas horas? Sabes que necesito dormir por lo menos hasta las 12.00am.
— Lo siento Sarah, pero necesito que vengas, ayer sucedió algo, pero no puedo recordar el qué. — Apenas termino la frase, escucho a Sarah saltar de la cama.
— En veinte minutos estaré allí. — Dice con tono serio, después cuelga y yo empiezo a vestirme y a hacer la cama.
Veinte minutos más tarde, cuando estoy tomándome una taza de café, suena el timbre.
Abro y Sarah pasa como un torbellino, con el pelo suelto y enredado y una sudadera de Pull & Bear roja conjuntada con unos leggins negros y unas converse de caña baja rojas.
— ¿Estás bien? — Es lo primero que dice.
— Vaya, buenos días Sarah... — Digo mirando mi taza de café y dando otro sorbo.
— No estoy para bromas May. ¿Estás bien? ¿Te ha sucedido algo? —  Se la ve preocupada, asique me acerco a ella y pongo una mano sobre su hombro derecho, la miro a los ojos y trato de tranquilizarla.
— Estoy bien, de verdad. No me ha pasado nada, pero ayer sucedió algo y no puedo recordar el qué. — Se lo digo de forma suave.
— Entonces sí que te ha pasado algo. — Dice Sarah clavando su mirada en mí.
— Bueno... — No sé que responderle. La miro intentando convencerla de que estoy bien, pero yo misma sé que algo va mal. Le hago una señal a Sarah para que suba conmigo a mi cuarto. Le enseñaré la pluma.
Nos sentamos en la cama, la saco de debajo de la almohada con mucho cuidado y se la enseño.
Cuando Sarah ve la pluma, palidece al instante, me mira a mi y después a la pluma, así varias veces.
— ¿Qué pasa, nunca has visto una pluma o qué? Sabía que le tenías miedo a los peces, pero a las plumas... — Se lo digo sarcásticamente para relajar la tensión que se ha creado, me mira con los ojos muy abiertos y dice:
— No, no es eso, es solo que... ¿De donde la has sacado? — Su tono de voz se vuelve mordaz y frío, y un temblor me recorre la columna vertebral.
— La encontré debajo de la almohada esta mañana, extrañamente es muy suave. — Le tiendo la pluma para que la toque.
— ¡Aparta esa cosa infernal de mí!- Grita Sarah mientras pega un salto en la cama y cae de forma ridícula al suelo. Ese tipo de reacciones no son normales en ella.
— ¿Pero que te pasa? Es solo una pluma. — Le digo mientras la ayudo a levantarse.
— Me dan alergia, si toco una pluma se me hincha la cara y me pongo roja como un tomate. Podría morir, y creo que ninguna de las dos quiere eso. — Dice lanzándole una mirada de asco a la pluma.
Miro a Sarah completamente atónita. No sé por qué no quiere tocar la pluma, pero no importa. Nunca me había dicho que tuviera alergias.
— Cambiemos de tema, y mantén esa cosa alejada de mí. — Dice Sarah señalando la pluma. — ¿Qué pasó anoche?
— Ya te he dicho que no lo sé. No me acuerdo de nada. — La cabeza cada vez me duele más, pronto no podré ni hablar. — Sarah ¿podrías traerme una aspirina de la cocina, por favor? Antes me he tomado una, pero no me hace efecto... — Digo poniéndome una mano en la frente.
— No. Primero cuéntame que pasó, sé que escondes algo. — Dice mirándome intensamente.
— Muy bien, gracias por serme de ayuda. — Respondo mientras me levanto de la cama y me tambaleo hacia la cocina.
Sarah me sigue de brazos cruzados y con el ceño fruncido.
Cuando entro a la cocina, voy directa a un armario donde están guardados todos los medicamentos.
Estiro el brazo, pero no llego ni poniéndome de puntillas.
Sarah, que está apoyada en el marco de la puerta observando la escena, resopla, pone los ojos en blanco y se acerca a mí. Me aparta con delicadeza y abre el armario.
— ¿Qué necesitas?
— Un Ibuprofeno, por favor. — Respondo mientras me dirijo al salón y me tumbo en el sofá.
Escucho a Sarah abrir la nevera, supongo que para coger una botella de agua, y momentos después aparece en el salón con un vaso de cristal lleno hasta la mitad en una mano, y en la otra tiene la pastilla.
— Toma. — Dice mientras pasa el vaso de agua por delante de mi cara.
Lo cojo y me trago la pastilla. La noto bajar por mi garganta y bebo un poco.
— Sarah, voy a descansar un rato. Si quieres quédate y mira la tele, o lee, o haz algo. — No quiero que se vaya. Por una vez no me hace gracia la idea de quedarme sola en casa.
Sarah asiente con la cabeza y subo a mi habitación.
Me tumbo en la cama, acariciando a Greta.
Quiero recordar lo que sucedió anoche.
Sarah se asoma a la puerta de mi habitación.
— ¿Puedo cocinar algo? — Pregunta.
Miro la hora. Son solo las 9.35am.
— Pero si son las nueve y media. — Le digo.
— Lo sé, pero me gustaría hacer pizza, y si quiero hacerla como es debido necesito tiempo. Además, si tu vas a estar durmiendo... — Hace pucheros para tratar de convencerme. Al final me rindo. A parte de que tiene un don para la cocina.
— Vale. Pero procura no ensuciar demasiado, por favor. — Sarah sale de mi cuarto dando saltitos de alegría.
La escucho llamar a su madre para avisarle de que se quedará en mi casa.
Cierro los ojos e intento recordar.
Sé que estaba en casa y no podía dormir, y como siempre, Greta estaba conmigo.
Estoy a punto de dormirme, pero algo me incita a abrir los ojos.
— ¡Joder! — Grito incorporándome en cuanto los abro y veo a Evan en mi habitación, sentado en mi cama y mirándome como si fuese alguna especie de ángel. Sonríe seductoramente y me planta un beso en la frente.
— Buenos días, princesa.

Corazones de fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora