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—¡Santos cielos! —Grito tirándose a la cama y abrazando una de las almohadas — Joder, sonrió, sonrió ¡Miya sonrio! — Exclamó animada dando vueltas de emoción en la cama.

Ocultando pequeños gritos entre las sábanas y las almohadas, emocionada y a la vez triste, estaba feliz de verle sonreír, pero tampoco había sido muy grato la forma en la que le había hecho sentir mal.

Aun así, nada podía quitarle la emoción del momento, o al menos eso pensaba antes de que las puertas de su habitación se abrieron de repente.

Detuvo su ataque de emoción aun debajo de las sabanas por completo, sacó la cabeza de las sabanas para ver de quien se trataba.

Noto que su padre había sido quien había entrado sin tocar, no lo había visto desde la cena que había salido fatal, y si era sincera ni siquiera conocía su nombre.

—¿Qué haces? —Preguntó el hombre mirando a la pequeña niña oculta entre las sábanas de su cama.

—Nada importante —Respondió saliendo de entre las sábanas, y mirando fijamente a los ojos de su padre.

Valla cosa, tenían los ojos del mismo color, aunque ella usaba lentes de contacto, mientras sus ojos reales eran Carmín, los de contacto simulaban un color café.

—Entiendo —Exclamó mirando todo la habitación.

Una habitación con colores negros, grises, y blanco, sin juguetes, con libros y papeles en los estantes.

Con escritorio para las tareas y unas cortinas grises que no se abrían hasta en la noche.

Luego miro devuelta a su hija que estaba colocando los zapatos y la cama de la chica, no había peluches solo un montón de almohadas, las sábanas negras y las cobijas grises.

La habitación no parecía la de una niña, parecía la de un funeral.

—Me voy a ir dentro de dos horas — Empezó el padre mirando a la chica quien se estaba quitando la corbata del uniforme —. Me preguntaba, ¿Si te apetece acompañarme?

La chica se quedó quieta cuando escuchó la pregunta. Miró a su padre por varios segundos que parecieron horas para ambos, luego recuperó la temperatura al ver como la madre entraba a la habitación.

—Por supuesto — Contestó con una sonrisa de lado fingida.

—¿Por supuesto que? —preguntó la madre mirando a los dos.

—Me acompañara al aeropuerto — Respondió el padre sin mirar a la recién entrada.

—¿El aeropuerto, pero no te ibas a ir? — No terminó la frase cuando el mayor la sacó a rastras de la habitación de la niña.

—Alistate, estaré viniendo en treinta minutos — Le dijo el hombre cerrando las puertas de la habitación y dejando a la chica sola una vez más.

—Que hombre más extraño — Confesó en un susurro mientras se terminaba de quitar la corbata.

La puerta se abrio una vez más sin que nadie tocara pero esta vez era Cleo quien entro con telas en los brazos y las tiro en la cama, tomo a la chica por los hombros y la metio arrastras al baño, le quito el saco, luego le desabotono tres o dos botones de la camisa antes de que la menor le detuviera.

—Puedo yo sola muchas gracias — Respondió la chica mientras se alegaba de cleo — Por favor sal — Le pidio.

—No se demore — Le dijo Cleo saliendo del baño.

Mike miro la puerta una ultima vez antes de quitarse ella misma la ropa que restaba, se metio al baño y encendió la perilla de agua tibia.

Cerro los ojos al sentir el calor en su espalda.

Cartas del misterio| Miya shinen \FinalizadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora