Peligro

El efecto Arlene

Cuando Ander conoció a Arlene se sintió increíblemente atraído por ella, físicamente había llamado su atención, pero todavía le faltaba por descubrir aspectos mucho mejores. Su expresividad, gesticulaciones, el tono de su voz o su personalidad, fueron algunas de las características que encuentro tras encuentro terminaron por conquistarlo. Creyó que podría ayudarla a ver el lado bueno de la vida, aunque como cabía esperar, la depresión no era tan simple. Sin embargo, el efecto Arlene era sumamente adictivo, y aún siendo conocedor de la sensación de vacío que ella sentía en muchas ocasiones, la frustración que la conducía a conductas autolesivas o la obsesión por la delgadez que la hacía vomitar, se quedó a su lado y se involucró en ella.

No era acertado considerar su propio comportamiento como un acto de altruismo, pero en el fondo pensaba que la explicación a aquella devoción era genética: su padre era médico y su madre psicóloga, ambos trabajaban ayudando a las personas a mejorar física y mentalmente, a aliviar dolores. Aunque él sentía pasión por la música, creía que había heredado esa parte de ellos, lo que explicaba su necesidad de hacer sentir mejor a Arlene. A pesar de todo, lo máximo que llegó a conseguir fue que la joven se animara a acudir a uno de los centros de salud de la ciudad, donde rechazó la posibilidad de ser internada en un centro para personas con trastornos alimenticios. Así, salió de allí con una receta de antidepresivos con los que se sentiría todavía peor.

Ander no quería entender que no podía cambiarla, pero a su vez se encontraba desgastado y con ganas de rendirse. Le había costado tomar la decisión, porque con Arlene los momentos buenos eran extremadamente buenos, sin embargo, los malos, se alargaban demasiado y ocupaban la mayor parte de los días. La oportunidad de marcharse de gira con la antigua banda había afianzado la decisión que llevaba tiempo pensando, y así se lo hizo saber a Arlene, que no pudo contener las lágrimas.

Cumplió con su palabra y se alejó. No quería dejar lugar a dudas o posibles ilusiones. Tampoco podía ser su amigo, porque la quería como algo más, y ella a él. Ander por fin parecía tener las cosas claras, aunque no podía sacarla de su cabeza. Su regreso a la ciudad y la posibilidad de encontrarse de nuevo con ella había conseguido sembrar en él muchas dudas, pero la más importante de todas era cómo se encontraría la joven cuatro años después.

Ander escuchó el sonido de la puerta de "Century Rock" cerrarse y comprobó con cierto nerviosismo que efectivamente se trataba de Arlene.

La joven sintió una mano áspera tirar de ella con cuidado. Se dejó llevar porque se sintió segura, y dejó que los dedos de Ander se entrelazaran con los suyos. Su piel transmitía un calor reconfortante en aquella fría noche de enero, y por un momento la morena pensó en la necesidad de quedarse atrapada en aquel instante. Las mariposas seguían ahí, en sus estómagos, revoloteando de vez en cuando.

Mientras caminaban, Ander echó un vistazo hacia atrás y sonrió al ver las mejillas y la nariz de Arlene enrojecidas. Giró a la derecha para acceder a la parte de atrás del local y se detuvo para volver a dedicarle a Arlene otra mirada cómplice.

—¿Hoy también te irás? —le preguntó en referencia a lo sucedido el día anterior, haciendo que Arlene negara con la cabeza algo avergonzada—. Entonces puedo soltarte —dijo, pero la morena reaccionó apretando con más fuerza su mano, como si fuese ella quien temiera que él se fuera de esta vez.

El cantante lo desconocía, pero Arlene había dejado atrás parte de aquella vida que los había distanciado. El proceso de recuperación fue duro y hubo alguna que otra recaída, todavía quedaban secuelas de una mente que había estado rota en pedazos durante muchos años. Aún debía mejorar, pero el progreso era evidente. Ella se sentía más alegre y positiva que nunca, y ahora que se reencontraba con Ander, le surgía la necesidad de enseñarle aquellos resultados para que se sintiera orgulloso.