Árbol III

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Pero, ¿de qué sirve todo eso?
Si hoy a través de mi ventana lo veo
Desperdiciando sus frutos, su empeño,
Porque alguien ha invalidado sus anhelos,
No ha hecho un sencillo esfuerzo
Por disfrutar aquellos frutos,
Por no dejar que caigan al suelo
O no impedir que los queme el sol.

Solo los deja morir,
Como si en estos días
pudiéramos darnos esos lujos;
Desperdiciando vitaminas,
Dejando ir la vida,
No solo la del árbol, sino la suya misma.

Y tal vez yo también la mía,
Al dejar mi vista perdida:
En teclas, en la naturaleza,
Al pausar la música y la tarea,
Para oír de qué tanto mi mente se aqueja,
Para admitir que hay voces en mi cabeza
Que me inducen, que me instruyen,
que me confunden e incluso molestan;
Pero no comprendo si me acercan o me alejan,
¿a dónde me llevan?
Además de a escribir poemas
que, si tengo suerte,
llegarán solo a 3 personas.

Nadie las recibirá, como la manera
en que nadie aprovecha esas naranjas.
Pero, tal vez, ese es el destino;
Tal vez son agrias:
No benefician, no son para consumo,
Solo para que trabajes duro,
Descanses y veas que sigues en el mismo sitio

En una silla, frente a la computadora
Con una espalda que llora,
Un cuaderno de inmunología
Que quiere que escribas lo que te dictan:
Lo que descubrieron hace tiempo
y aportó mucho a la medicina objetiva.
La cual no siempre te libra de tus pensamientos:
te mantiene ocupado o te mantiene contento,
con tal de que tu cuerpo llore en silencio,
que suprima lo malo, supliendo medicamentos
que reivindican tu cerebro,
hormonas que te tienen sonriendo
y no escribiendo sobre un árbol que está a veinte metros.

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