Hoy me sentía extrañamente bien. Demasiado bien, de hecho. Estaba más animada que de costumbre y creo que era por el hecho de que Luke se había marchado esta mañana temprano, no sé a donde. Lo cual significaba que no tendría que ver su maldita cara perfecta rondando por la casa.
Habían pasado dos meses y tres semanas desde que llegó, exactamente; y a pesar de todo el tiempo que llevaba ya aquí se me seguía haciendo extraño.
Es decir, imagínate que la persona a la que amas se va. Así, sin más. Y después de unos años vuelve, entra de okupa en tu casa invadiendo tu espacio y ahora tienes que fingir que no pasa nada. Fingir que no te afecta el que esté viviendo en tu mismo apartamento; fingir que le odias por lo que te hizo y fingir que no te pones nerviosa cada vez que intercambiáis miradas o pasa por tu lado.
Eso, definitivamente, no es algo que me agrade en lo absoluto.
Me encontraba en la cocina danzando de acá para allá con un bol y una cuchara de madera en las manos, bailando al ritmo de All Time Low, quienes sonaban a todo volumen por los altavoces. Y es que, al encontrarme tan motivada esta mañana, decidí agarrar un delantal y probar a ser chef por un día, cosa que no acabó resultando como yo esperaba.
Se supone que estaba intentando hacer una receta de galletas que me mandó mi tía Dawn por correo. Dijo que eran muy fáciles de hacer y que a Paul, mi tío, le encantaban. Así que aquí me tenéis, tratando de vigilar la primera tanda en el horno para que no se quemen mientras que al mismo tiempo hacía una especie de malabares con el bol, un saco de harina, la cuchara y el chocolate. En fin, un desastre.
La puerta principal se abrió de golpe, haciendo que parte del contenido que tenía entre manos cayese en la encimera de la cocina. El saco de harina dio un golpe seco contra el mármol, y enseguida una nube blanca se alzó ante mi cara, causando que empezase a toser como una loca.
La risa de Jack se podía escuchar por encima del sonido de la música, y cuando por fin pude apartar la harina de mis ojos le vi acercarse.
—¿Te echo una mano?— preguntó con una divertida sonrisa formándose en sus labios.
Le di una mirada seria, la cual se convirtió en una leve risa al ver mi reflejo en una de las ollas que se encontraban escurriéndose en el fregadero.
Mi cara al completo estaba blanca como un fantasma, y mi pelo recogido en un moño mal hecho también. Al mismo tiempo en que agarraba un trapo para quitarme los restos de harina del rostro, no pude evitar quedarme observando la espalda de Jack al dirigirse al piso de arriba.
Él y su hermano no tenían nada de parecido entre ellos. Luke era un chico bastante alto, de penetrantes ojos azules y pelo rubio oscuro, ahora teñido de negro, por supuesto. Sin embargo Jack era castaño claro, era igualmente alto, pero no tanto como su hermano, y tenía unos ojos color avellana que eran capaces de endulzarte la vida con una mirada. De sus personalidades no se puede decir lo mismo, en cambio, ya que los dos eran prácticamente igual de amables, cariñosos, divertidos y protectores, si se daba el caso. Claro que después eso cambió, por desgracia.
Salí de mi pequeño trance al ver una mano pasar por enfrente de mis ojos. Alcé la vista encontrándome con una de sus típicas sonrisas, la cual no dudé en corresponder.
—Te estaba preguntando si te apetecía salir a comer dentro de un rato a un sitio que he visto por aquí cerca. ¿Qué me dices?
—¿Y qué pasa con Luke? Puede que vuelva a casa y no estemos. A ver quién le abre la puerta entonces— me alcé de hombros.
Una sonrisa insinuante alumbró la cara del castaño delante mío, la cual decidí pasar por alto— No te preocupes por él. No volverá hasta por la tarde y le di una copia de las llaves por si acaso.
—No me preocupo por él— bufé desviando la vista—. ¿Sabes a dónde ha ido?
—Ha salido a buscar un empleo para el tiempo en que se vaya a quedar aquí— contestó con voz indiferente, lo cual no cuadraba con su expresión ya que parecía como si se estuviese aguantando la risa y por momentos ponía muecas raras que no sabía cómo interpretar—. Igualmente, según tú, eso no debería importarte. ¿No, Leigh?
—Y no me importa...— murmuré, pues en realidad sabía que no era cierto, pero aún así no podía admitirlo.
—Oh, vamos— Jake chascó la lengua, sorprendiéndome por el repentino cambio de tono en su voz. No era brusco, más bien era más alzado y serio, pero sin perder esa pizca de dulzura que empleaba cada vez que se dirigía a mí—. ¿Por cuánto tiempo más vas a estar fingiendo que le detestas? ¡Es absurdo, Leigh! No tiene sentido que sigas negando lo que ya es obvio— agaché la cabeza y arrugué el ceño, procesando sus palabras—. Luke te quiere; te quiere muchísimo, y en el fondo se que tú también. Se que en su momento te hizo sufrir, y que sigues resentida por ello. ¿Pero no crees que va siendo hora de que lo habléis, hagáis las paces y…
—¡Tú no sabes nada!— estallé por fin—. ¡No tienes ni idea de lo que sufrí por su culpa, así que no te atrevas a decirme lo que tengo que hacer con respecto a nosotros! Y no me vengas con eso de que él todavía me quiere, por favor. Tú estuviste ahí también, a ti también te dejó destrozado cuando se fue. No vayas a defenderlo después de todo.
—No lo entiendes, Leigh— a pesar de mis gritos, él seguía usando un tono tranquilo. Pero eso no me quitaba las ganas de sacarle del piso a patadas ahora mismo—. Luke se fue por tu bien; porque te quería. Y ha vuelto por el mismo motivo— fui a replicarle por tal estupidez que acababa de soltar, pero volvió a interrumpir—. Sé que no tiene sentido, pero solo tienes que esperar a que él mismo decida contártelo todo. Por favor, intenta darle una oportunidad más.
—No hace falta que me explique nada, Jack— mi voz ya sonaba más tranquila, cansada—. Dicen que quien bien te ama siempre acaba volviendo, pero te puedo asegurar que quien te ama de verdad nunca se va a marchar.
Jack suspiró y acortó la distancia que había entre nosotros envolviéndome entre sus brazos. Comenzó a acariciarme la espalda y me dio un beso en la cabeza antes de separarse para hablar de nuevo.
—Está bien. No soy quien para tomar tus decisiones por ti. Solo te pido que tengas en cuenta lo que te he dicho, ¿vale?— asentí, no muy segura. Jack recuperó su teléfono móvil de la barra de la cocina y resopló—. Me necesitan en el estudio por algo de una canción. En fin, te veo luego, pequeña— me un beso en la mejilla y salió por la puerta.
Segundos más tarde mi teléfono comenzó a sonar. Al llevarme el aparato a la oreja y oír la voz detrás de la línea me quedé helada.
—¿Señorita Coleman?— contesté con un tímido “sí, soy yo”—. Le informamos de que Luke Bowen se encuentra actualmente en el hospital St. Vincent´s. Le rogamos que acuda lo antes posible.
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Nuestra Última Canción
Storie breviNo podía odiarle. Y mucho menos dejar de amarle. Él era como una canción que se reproducía a todas horas en mi mente. Sin detenerse; sin terminar... Y podría poner en repetición esa melodía toda la vida.