Menesteres de un maestro.

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Desde que la cuarentena a causa del COVID-19 les había obligado a cerrar las puertas de Kamome, Amane Yugi supo que su vida se había ido al carajo.

Adiós a los días donde su hogar era el único sitio seguro en el cual podía refugiarse de los constantes llamados a juntas en el salón de maestros, de las incesantes dudas de sus hormonales estudiantes y de una que otra cita con padres de familia. Ahora, aquello que veía como su guarida se había convertido en su cárcel personal.

Todos los días se levantaba a la hora de siempre; preparaba los materiales sobre su escritorio, jugaba con los ángulos de la cámara web que había comprado por internet en búsqueda de alguno que no le hiciera sencillo a sus alumnos más rebeldes el hacer memes con su rostro, escogía algún fondo con el cual todo a su alrededor fuera camuflado, revisaba su planeación una y otra vez, se aseguraba de que la conexión a internet fuera lo suficientemente fuerte, probaba el micrófono y sobre todo, borraba su historial del navegador.

No podía darse el lujo de que por cualquier desafortunado motivo sus alumnos pudieran indagar de más en cuanto a su vida personal. De ahí que ni siquiera su amada esposa tuviera permitido entrañarse a su confinamiento durante horario laboral.

Y eso, ya tenía harta a Nene Yugi.

La joven escritora estaba cada día más y más cansada de la monotonía en que su pareja había caído.

Levantarse y encerrarse por al menos ocho horas dando clases, salir y comer rápidamente para volver a su encierro y tener junta con los demás profesores, en ocasiones tenía que atender videollamadas por parte de padres cuya situación no les permitía a sus hijos estar en clases de manera constante. Y él, como buen maestro que era, no podía hacer más que optar por hacer guías de trabajo para cada uno de ellos y mandarlas por internet. En el peor de los casos tenía que salir de la seguridad de casa para enviarla por correo o en su defecto, entregarla de manera personal en sus ya más que contados días libres.

Admiraba su dedicación y de una u otra manera le resultaba extrañamente atractivo el verle así, tan comprometido con una de sus muchas pasiones. Pero últimamente ya no era suficiente.

Él no lo sabía o tal vez su mente ya no le recordaba que habían pasado dos meses desde su último encuentro íntimo.

Y Nene ya no podía más con la urgencia.

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Viernes al fin.

La alarma sonó y el zaino se levantó como de costumbre para darse una ducha con agua fría a pesar de las constantes quejas de la peliplata bajo la justificación de que eso podría enfermarlo. El frío se coló entre las cobijas del lecho matrimonial, eso y la ausencia de la única fuente de calor a la que se aferraba fuertemente cada noche la despertaron, y en menos de treinta minutos escuchó la puerta del estudio improvisado cerrarse.

Hoy era el día, Nene Yugi tenía más que palabras preparadas para su marido y nada ni nadie se interpondría entre ella y él.

Se levantó de la cama y procedió a hacer sus deberes domésticos; escombrar, limpiar, preparar el desayuno y llevarlo a aquel maldito lugar que él llamaba su territorio. Al finalizar todo trabajo hogareño, se sentó un rato frente a la computadora portátil donde su último escrito estaba en pantalla. Lo leía una y otra vez, y por más que quisiera apresurarse a hacer las debidas correcciones su ansiedad no hacía más que aumentar.

Miró al reloj.

Ya casi terminaban sus clases y como cada día, el joven maestro tendría que enfrentarse a una junta con directivos y demás maestros sólo para reportar altercados o problemas de comunicación entre él y su clase.

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