Recuerdos de una roca lunar y un llavero de cohete.

241 17 6
                                    

Camioneta - Lista.

Gasolina - Lista.

Sacos - Listos.

Pasamontañas - Listos.

Guantes - Listos. (Sí, guantes. Su hermano menor había escogido los que se asemejaban a las patas de un gato).

Y finalmente, pero no menos importante:

Pistolas de juguete - Listas.

Todo estaba preparado para el gran día.

Era emocionante de alguna manera... pero también le aterraba.

¿¡Cómo demonios esperas que un maestro de ciencias robe un banco!?

Y peor aún.

¿¡Cómo demonios esperas que robe un banco junto con su caótico gemelo!?

Sí, es verdad que habían estado pensando y planeando todo por al menos tres meses.

¡Incluso Tsukasa había terminado por enredarse con la gerente del banco tan sólo para enterarse de los últimos detalles!

¿Cuál era su nombre?

¿Mei? ¿Shinima? ¿Nijima? Bueno... No era tan importante.

Pero eso no era todo.

Se conocía.

Sabía que si todo salía mal lloraría, gritaría y se acobardaría. Justo como solía hacerlo durante la secundaria; pero, cada vez que pensaba sobre la meta que ambos querían alcanzar con ayuda del dinero, juraba que nada más importaba.

Dio un último vistazo a la camioneta y todas las cosas.

Todo estaba bien. Todo estaría bien.

Apagó las luces de la cochera y se dirigió a la comodidad de su cama.

.

.

.

Ok, todo era peor de lo que había imaginado.

Pero seguramente nada podría empeorar.

¿Cierto?

¿¡Cierto!?

Primero, Tsukasa había insistido en preparar el desayuno y al igual que él, apestaba en la cocina.

Huevos revueltos con pedazos de cascarón todavía intactos y tocino sobre un plato, un licuado de coloración extraña que su gemelo juraba era tan normal y saludable como todo lo demás sobre la mesa, así como una manzana, eran las únicas cosas que ahora atormentaban a su pobre estómago.

Segundo, en cuanto entraron a la cochera, Amane quiso llorar de sólo ver lo que había sucedido con el vehículo que había rentado.

—Tsu, ¿te importaría decirme qué le pasó a la camioneta?

—Oh, no podía dormir y pensé en lo aburrida que se veía la camioneta pintada de blanco... ¡Así que la remodelé!

—¿Pintándola de color morado?

—Sipi.

—¿Con calcomanías de Hello Kitty?

—Sipi.

—E incluso escribiste nuestros nombres...

—Primero estaba indeciso sobre el color con el que te gustaría que escribiera el tuyo, pero entonces pensé en lo mucho que te gustan las camelias rojas así que lo escribí con la pintura roja más brillante que pude encontrar, y después pinté mi nombre con verde para que no desapareciera con el color morado.

Menesteres de un maestroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora