Suplementos de amor.

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Nadie lo culpaba, en verdad que no. Tanto los vecinos como sus estudiantes e incluso su esposa sabían de las mil y una peripecias que Yugi-sensei tenía que hacer para llevar el pan a casa.

Luego del nacimiento de su primer hijo había quedado hasta el cuello de deudas por eso, la idea de un segundo empleo no había sonado tan descabellada.

Claro, su esposa ayudaba vendiendo pasteles y ayudando a cuidar a los hijos de algunas vecinas pero siendo honestos, apenas y alcanzaba para los gastos más fuertes propios de un neonato.

Por no mencionar el desgaste físico que también les traía a ambos.

Desde noches interminables de llanto hasta preocupaciones diurnas debido al hipo o gases que para un par de padres primerizos podrían tomar como una señal de alerta.

Había veces en que la encantadora ama de casa de tobillos anchos se quedaba dormida en lo que su esposo se terminaba de preparar para atender clases por la mañana, y eso, lejos de enojarlo, lo calmaba; pues prefería por mucho ser el primero en ocuparse de las necesidades matutinas de su primogénito que su esposa. Así ella podría dormir unos minutos más.

Aunque esto no siempre le sentaba bien a la de ojos carmesí.

Era consciente de que debido a las veces en que se quedaba dormida su esposo no desayunaba ni se llevaba un bento preparado; por lo que tendría que recurrir a los panecillos de las tiendas de conveniencia y eso, solo si podía darse el lujo de.

Así que ese día, se levantó un poco más temprano que su amado, le dio un beso en la mejilla, cambió el pañal del neonato, le dio de comer, le dio palmaditas en la espalda y luego se puso manos a la obra; friendo, calentando y preparando un bento que le aportara todos los nutrientes necesarios para su día en la escuela y luego en la fábrica de juguetes aledaña donde pasaría la otra mitad de su día ayudando a cargar, subir y bajar cajas de los camiones.

No obstante, fue hasta que terminó de hervir el té negro que pondría en el termo con decorado de estrellas que puso su ingrediente secreto en el yoghurt griego con frutos rojos.

Unas gomitas de ositos que en realidad eran suplementos alimenticios. Esperaba que, aun cuando pudiera ser tachado de infantil, le trajera una sonrisa a su rostro el ver a la familia de tres ositos verlo en cuanto abriera el recipiente.

El despertador sonó y la fémina continuó a lo suyo, debía aprovechar que ella también estaba tomando ese suplemento y que el principal combustible de su preocupación era el gran amor que sentía por su compañero de vida.

Menesteres de un maestroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora