Kinky.

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No era que Nene y Amane aborrecieran el cuidado de su primogénito, por el contrario, no dejaban de maravillarse ante las proezas de su retoño de apenas siete meses de edad; pero, ahora que su atención estaba enfocada en ese pequeño de mirada ambarina y cabellito rubio platinado así como sus respectivos trabajos, las cosas entre ellos, como pareja, matrimonio y amantes, empezaban a caer en la monotonía.

Todos los días Nene Yugi despertaba a las seis de la mañana y preparaba el desayuno, en lo que él se alistaba para irse a dar clases. Comían en silencio, apenas haciendo ruido para organizarse en sus pendientes del día y para hacer una que otra broma que los ayudara a romper la tensión en el ambiente; luego, Amane desaparecía tras la puerta en lo que Nene se quedaba en su hogar para cuidar de su bebé y atender los quehaceres domésticos mientras que en sus pocos ratos libres se sentaría frente a la computadora y escribiría, editaría y corregiría su próxima novela. Estaría en esa carrera contra el tiempo y las necesidades de Haruto Yugi hasta que su esposo llegara para atender al infante y ella pudiera calentar la cena. Finalmente, pondrían a dormir al pequeño y posteriormente uno se encargaría de lavar los trastes y el otro acomodaría las cosas de la sala.

Aunque no lo decían, lo pensaban y lo temían.

Estaban aterrados de que esa situación se prolongara, de que poco a poco su relación se enfriara y dejaran de verse con ojos de amor y deseo; y a la vez, no deseaban imponer sus deseos sobre las necesidades de su compañero de vida. Sabían que el contrario necesitaba descansar, dormir, reponer la energía perdida a lo largo del día, eso era mucho más importante que satisfacer un deseo egoísta que los agotaría aún más. Habían prioridades, y su vida sexual no era una en ese momento.

Incluso los padres de ambos se habían percatado de las ojeras y el desaliño de la joven pareja durante las típicas videollamadas que hacían los fines de semana para ponerse al tanto de las proezas de Haruto.

La madre de Nene había sido la más preocupada; la albina estaba irreconocible, era cierto que eran padres primerizos, que el caos y el desorden serían una constante al menos durante unos meses más; sin embargo, nunca pensó que ella lo resintiera tanto. Preguntó por la salud del bebé, por la de ella y cuando preguntó por su yerno, la joven madre enmudeció. Había pasado tanto tiempo desde la última vez en que habían tenido una conversación de más de veinte minutos que ahora que lo pensaba, desconocía muchos detalles de su vida actual.

—¿Y qué hay de la intimidad? —preguntó la mayor de ambas.

Y nuevamente su hija no supo qué responder. Durante su embarazo casi no habían tenido relaciones, tenían miedo de que algo malo pasara con el bebé; por lo que habían prometido aguantar hasta después del parto, pero la verdad era que desde entonces no había pasado nada entre ellos.

Habían pasado ya algunas semanas desde aquella charla y su mente no había dejado de atormentarla. ¿Y si Amane la estaba evitando debido a las estrías en su abdomen? ¿Acaso le daban asco sus pechos lactantes? ¿Se trataba de sus tobillos? Era cierto que habían engordado un poco más para su desgracia, aunque no creía que lo hubiera notado... O al menos eso esperaba.

¿Qué sería de ella si decidía pedirle el divorcio?

¿Qué pasaría con Haruto?

¿Y si se encontraba con alguien más linda?

No.

Conocía a Amane.

Recordaba su rostro de emoción y alegría cuando le entregó la prueba de embarazo positiva, su entusiasmo al darle la noticia a sus padres y hermano, la alegría con la que le hablaba a su vientre cada día después de llegar del trabajo.

Amane era y seguía siendo el mejor padre de todos.

Bastaba con ver la manera tan delicada en que arropaba al infante, la dulce voz con la que lo arrullaba, la adoración en su mirada cada que le daba el biberón mientras le contaba historias sobre todas las constelaciones que conocía.

Menesteres de un maestroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora