Donas.

39 10 6
                                    

Créanle cuando jura que no fue su intención y que estaba dispuesta a decir la verdad en cuanto su marido le preguntó por el paradero de su tan precioso tesoro; pero, en su estado, era solo normal que tuviera antojo de todo y de nada. Ya saben, cuestiones de embarazadas.

Creyó que si se comía una sola de esas donas se sentiría satisfecha; sin embargo, no fue así. Probó la segunda, luego la tercera, después una cuarta y así hasta llegar al final de la caja de donas que su esposo había comprado por la mañana antes de irse a trabajar.

Y ahora que había regresado de su larga jornada en la escuela era solo evidente que buscara y preguntara por su postre favorito.

En un principio estaba dispuesta a decir la verdad y soportar el castigo impuesto, aunque sabía que su esposo no se molestaría en absoluto; no obstante, al verlo tan ansioso por relajarse viendo su programa favorito con una taza de café y las donas de glaseado sabor capuchino de su tienda de conveniencia favorita, simplemente negó haberlas visto, pues ella seguía dormida para cuando él había dejado el postre en la alacena.

Lo vio buscar por debajo del sillón por cuarta vez y suspiró en lo que volvía a revisar dentro del refrigerador, sabiendo que esa caja de panes dulces ahora mismo estaba viajando a través de sus venas y nutriendo, de cierta manera, a su primogénito.

—¿Y si te preparo unas cuantas donas? —Sugirió. A lo mejor así su cara de mortificación cambiaría un poco.

Y así fue.

Su semblante brilló y sus ojos gritaron de alegría en cuanto terminó de hablar.

La fémina sonrió y preparó los ingredientes que necesitaría.

Al menos el bebé estaba tranquilo dentro de su vientre, quién diría que al igual que su padre tuviera cierta fijación por las donas.

Menesteres de un maestroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora