Cosas que nunca cambian.

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Probablemente aquella fuera la discusión más estúpida de todas las que habían tenido en su tiempo como novios.

En verdad.

¿Pelear por el nombre que le pondrían a su primer hijo?

Hijo que para empezar ni siquiera había sido concebido aún. Y con el ambiente que se percibía en ese momento... era aún menos probable que alguno de los dos viera nacer a aquel hipotético ser causante de su más reciente pelea.

Ambos seguían molestos.

Cada uno con los brazos cruzados sobre el pecho, esperando la disculpa del contrario. Pucheros y entrecejos marcados complementaban aquel escenario. Los segundos pasaron convirtiéndose en minutos y estos en horas. 

Al final ninguno de los dos dijo nada.

Por lo que el varón decidió que había tenido suficiente de los continuos caprichos de su adorada novia, era cierto que la amaba con locura; pero, él también quería ser consentido de alguna manera aunque fuera una vez en la vida.

Y sin embargo no sucedió.

Se encaminó a la salida, alargando el proceso de colocarse la chamarra que había llevado, buscando su celular entre su ropa, cuando claramente lo había metido dentro del bolsillo posterior derecho de su pantalón, dirigiendo la mirada por última vez a la joven de cabellera platinada que seguía viendo hacia la ventana. En verdad era obstinada y caprichosa, mas eso sólo la hacía ver mucho más adorable desde su punto de vista.

En cuanto dio un paso fuera del cálido departamento de la albina, se giró, dispuesto a decir una última cosa cuando la puerta se cerró en su cara.

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Los días pasaron y ninguno de los dos se dirigió la palabra.

El orgullo los obligaba a ignorarse, a disimular las miradas, a aguantar las ganas de hablarse y sobre todo a retener las lágrimas que amenazaban con salir conforme más y más tiempo pasaba.

Aun cuando no lo habían dicho quedaba implícito que de alguna manera su relación había llegado al fin.

Ninguno planeaba ceder a la voluntad del contrario y fue así como no volvieron a dirigirse la palabra en el tiempo que les quedaba de bachillerato.

Por lo que sin mucho remordimiento, ambos continuaron con sus vidas. Se separaron. Sus caminos tomaron rumbos distintos y gracias a las aspiraciones laborales de cada uno, el recuerdo de aquella relación fue quedando en el olvido...

¿O no?

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Aun cuando los años habían pasado, era evidente que muchas cosas permanecían igual.

Los rumores de su antiguo colegio, la sonrisa de los alumnos cada viernes al sonar la última campana de la jornada, los continuos regaños de su todavía mentor, su gusto por las donas caseras de sabor simple, su amor por el espacio, su corte de cabello, su sonrisa burlona e incluso el tono de su voz.

Para Amane Yugi pocas cosas habían cambiado en su vida.

Y al parecer eso no sólo aplicaba para él.

Era cierto, le parecía sorprendente que después de tantos años sin saber de ella se la terminara encontrando cuando iba de camino a su hogar luego de una jornada más que agotadora de trabajo.

Calificar exámenes, hablar con padres de familia, escuchar las quejas de sus alumnos, revisar planeaciones, entregar inventarios detallados sobre el material del laboratorio, reuniones con los demás maestros, checar los proyectos finales de los alumnos más grandes, así como ocuparse de mil y una cosas más propias de su labor diaria. Era algo que sin duda alguna amaba, pero que también lo mataba poco a poco.

Menesteres de un maestroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora