Camino a casa.

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Había sido su culpa, única y exclusivamente suya por haber hecho caso al consejo de su hermano sobre tomar una ruta alterna a la habitual en aras de ahorrarse unos minutos de camino.

Por lo que, ahora estaba ahí; perdido, sólo, sediento, con el celular a punto de morir, con un estómago que no paraba de recordarle que su último alimento había sido hacía ya casi seis horas y sudor en la frente.

Observó a sus alrededores, esperando toparse con algo que le diera un indicio de su localización y así poder regresar a su hogar, donde muy seguramente su hermano estaría asaltando el refrigerador.

Niños jugando en una fuente aledaña, unos cuantos restaurantes abiertos, familias y parejas que entraban y salían de una pequeña plaza, lo típico de una tarde veraniega; no obstante, en cuanto volteó a sus espaldas, algo mucho más interesante capturó su atención. Una florería que resaltaba de entre todos los edificios por su fachada de piedra y teja, así como unas plantas colgadas en la marquesina de la entrada.

Y entonces, la vio a unos metros de donde se encontraba; sintió como si todo a su alrededor se hubiera detenido, como si la risa de los niños hubiera enmudecido, los pájaros habían dejado de silbar y los autos de pitar, el aleteo de las mariposas parecía ir en cámara lenta, el aire dejó de entrar a sus pulmones mientras sus pies lo acercaban a la joven que había capturado la atención del joven maestro.

¿Cómo no la había visto antes?

¡Era preciosa!

Aun cuando su overol tenía manchas de tierra, a pesar de las botas de trabajo que llevaba puestas y los guantes desgastados que cubrían sus manos, no podía dejar de mirarla. Agradecía que sus audífonos y su ensimismamiento le evitaran percatarse de su presencia, así podía seguir observándola.

Su perfil era delicado y de bordes suaves. Sus mejillas eran redondas, sonrojadas, probablemente por el calor. Su cabello era largo, de tonalidad acremada y textura muy seguramente sedosa, le bastaría acercarse un poco más para tocar el par de trenzas que descansaban sobre su espalda...

—¡Buenas tardes! ¿Desea comprar algo? —Una voz interrumpió al joven, quien al verse descubierto dio un saltito.

—Eh... sí... ¡Digo no! B-bueno sólo estaba viendo... —Dirigió la mirada a la culpable de que casi se le saliera el corazón por la boca; una joven de cabellera violácea lo observaba divertida.

—Entiendo... ¿Por qué no le muestro las rosas y las camelias que acaban de llegar? ¡Serían un estupendo regalo para su pareja!

—¿Pa-pareja? ¡No, no... no tengo pareja, ni esposa, ni novia, ni nada! —¿Por qué demonios estaba develando así como así información personal a la extraña que lo veía burlonamente?

—Oh, ya veo...~ Bueno, ¿qué le parece entonces pasarse por la sección de vegetales que mi compañera Nene-chan atiende? ¡Tiene mucho talento para la jardinería! —propuso, luego de haberle dado una palmadita a la fémina para que pusiera atención a lo que decía—. Mientras tanto, yo iré a la bodega por más fertilizante. ¡Lo dejo en buenas manos! —concluyó antes de desaparecer al interior del local.

—¿Eh? ¡Sí! —respondió apurada la joven de cabellera clara mientras bajaba la regadera y se quitaba los guantes—. Entonces, ¿busca algo en específico?

El zaino volteó y se topó con ella de frente.

¡Carajo, era mucho más linda de cerca!

Sus ojos de tonalidades carmesí hicieron que se le olvidara hasta su nombre, su voz era tal y cómo siempre pensó que se escucharía el coro celestial mientras sus labios lo incitaban a sucumbir al pecado. Era toda una visión.

—¿Se encuentra bien? —preguntó preocupada. A lo mejor el pobre sujeto de bata de laboratorio estaba sufriendo un golpe de calor; por lo que, sin pensarlo dos veces, se le acercó y colocó su mano sobre su frente, esperando que no tuviera fiebre.

Era su fin, lo supo en cuanto sintió el suave tacto de una mano sobre su frente. ¿Acaso su visión estaba fallando o por qué la veía cada vez más cerca de su rostro? Su pulsó se aceleró y, antes de siquiera poder decir algo, su cuerpo sucumbió ante los efectos del sol y de su ritmo cardíaco, dejando como último recuerdo en su mente la manera tan desesperada en que la belleza jardinera que lo estaba atendiendo trataba de evitar su caída.

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—¿Y bien, qué te pareció mi atajo?

—No quiero hablar de eso, Tsukasa.

—¿Y esa bolsa con vegetales? ¿Acaso sigues insistiendo en que deberíamos comer más saludable?

El mayor de ambos miró la bolsa de verduras después de dejar su portafolio sobre la mesa.

Luego de haber despertado en el cuarto de trabajadores de aquella florería, no tuvo de otra más que comprar algunos de los productos que se vendían ahí. Lo había hecho como agradecimiento por su hospitalidad y también para mitigar, lo más que se pudiera, la pena que sentía al haber sido atendido tan diligentemente por el par de jardineras... Sobre todo por ella, Yashiro Nene. Que nombre tan peculiar y lindo.

Sacudió la cabeza y fue hasta la cocina, buscando en la alacena algo donde poner sus compras para lavarles y desinfectarles.

—¿Amane? —Se asomó el menor de los gemelos desde el marco de la puerta de la cocina.

—Tu atajo me retrasó mucho más de lo que habías dicho que me ahorraría tiempo —Se detuvo por un momento, recordando la manera tan dulce en que la jardinera de mirada carmesí había dicho su nombre—. Aun así, creo que lo tomaré más seguido... Hay muchas cosas interesantes por ese rumbo...

—Entiendo. —El menor no necesitó escuchar más, pues, aunque su hermano le daba la espalda, era capaz de ver la punta de sus orejas totalmente coloradas.

Sonrió maliciosamente. A lo mejor podría acompañarlo en su camino a casa a la próxima.

Menesteres de un maestroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora