Inmune.

286 20 5
                                    


Yugi Amane estaba familiarizado con el ambiente de los hospitales, así como con los elementos más comunes dentro de las instalaciones de los mismos y las actividades realizadas por sus empleados.

Durante su infancia, le había resultado normal ver a doctores y enfermeras ir de aquí a allá en lugar de ver niños correr o disfrutar de la vista de un claro cielo azul.

Conocía el olor a cloro y productos de limpieza con los que su habitación era inundada cada que la limpiaban y le resultaba totalmente ajeno el aroma que desprendía su gemelo cuando llegaba de visita. Aun cuando su madre le aseguraba que sólo se trataba de tierra mojada y pasto recién cortado lo que percibía en el aire después de despedir al menor, no podía evitar sentirse intrigado.

La sensación del entrar y salir de las agujas en su piel le resultaba ya indiferente. Muchas veces ni siquiera notaba cuando le cambiaban el suero o colocaban nuevos medicamentos. En cambio, no podía evitar sentirse horrorizado cada que veía a su hermano quitarse las costras de las rodillas.

Había memorizado todas y cada una de las indicaciones de los doctores para cuando fue dado de alta luego de casi un año hospitalizado. Seguía al pie de la letra sus horarios para terminar con la medicina que en un principio le sabía horrible y que, para entonces, de alguna manera había empezado a disfrutar.

Y aun así.

No entendía el motivo detrás de sus latidos acelerados.

Del sudor de su frente.

Del temblor que su cuerpo no trataba de disimular.

O del evidente tartamudeo con el que había contestado a un colega cuando le pidió la hora.

Tenía veintitrés años ya.

Recién graduado, ejerciendo como profesor de ciencias en su antiguo bachillerato y colega de su amargado maestro de cabello bicolor que no dejaba de llamarlo mocoso insoportable.

Ya no se trataba del niño inmune al dolor de agujas y al sabor del coctel de medicamentos recetados.

Era un hombre. Joven, sí, pero mayor de edad y estaba al tanto de todo lo que estaba por pasar.

Dio clase sobre la inmunidad otorgada gracias a las vacunas ante este nuevo virus. Se desveló investigando sobre los efectos secundarios de los que podría ser presa. Hizo un resumen basado en los datos publicados por los laboratorios y autoridades de salud pertinentes respecto a la vacuna que le pondrían. Y a pesar de todo eso, seguía sintiendo que en cualquier momento su estómago expulsaría todo contenido ingerido tan sólo unas horas atrás.

Maldijo al virus responsable de toda esa situación. De no haber sido por su repentina aparición no tendría por qué estar ahí haciendo el ridículo.

Necesitaba calmarse, respirar hondo y profundo, pensar en cualquier cosa que lo hiciera feliz.

La luna llena que apenas la noche anterior había estado observando desde el balcón de su departamento.

Las constelaciones que le había enseñado a sus alumnos para su próximo examen.

El sabor de las donas caseras que su madre le había preparado la semana pasada

El sonido de la dulce voz de su vecina, Yashiro-san, al saludarlo cada mañana.

Empezaba a sentir su cuerpo relajarse y poco a poco su respiración regresaba a la normalidad. Cuando el sonido de una puerta abriéndose lo hizo regresar a su pesadilla.

—¡Fila número siete ya pueden ingresar, recuerden llevar sus papeles a la mano!

Mierda.

A como pudo, y con manos temblorosas, sacó de su mochila un folder con todos los papeles solicitados.

Menesteres de un maestroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora