Concilio

3 0 0
                                    


Juan

-Invitaciones por favor- dijeron dos jueces que nos detuvieron el camino.

-Vienen conmigo- señaló Náyade extendiendo tres sobres, en los cuales se encontraban las invitaciones. Los Jueces le hicieron una reverencia y nos dejaron pasar.

-Con que ese es el soberbio sujeto que decidió renunciar al honor de convertirse en guardián. No le veo ninguna cosa especial- comentaron los jueces en la medida que nos alejábamos.

Aquel, sin lugar a dudas, era el lugar más hermoso que alguna vez había visto. Ese verde esmeralda de los jardines, el aroma de las flores vivas en colores, la temperatura agradable, el sonido del agua al correr por las fuentes y ríos, el viento cálido. Absolutamente todo era paradisiaco. Al centro, un gran palacio, gigantesco, con cientos de cuartos y ventanas, desde las cuales colgaban enredaderas que no hacían sino embellecer aún más el blanco mármol. Todos los que habitaban allí estaban en completa armonía, los había de todas las razas, reinos, edades. Nadie se sentía superior a nadie. Era la tierra por la que tantos añoraban. El hogar de los guardianes, en centro de trabajo de los jueces, la sede del Consejo Supremo.

-Se siente una paz y tranquilidad- comentó Psique, quien, pese a no poder ver todas esas maravillas, percibía con sus otros sentidos el placer de aquella tierra. El sonido de los pájaros, el aroma de las flores. Dan ganas de simplemente sentarse a contemplar.

-Bienvenidos a Asaea, mi tierra natal- dijo Náyade. –Se dice que este pedazo de tierra que ven corresponde a los restos de la gran Gea, el reino primigenio, del cual se originaron los demás luego de la Gran Guerra. ¿No lo sabían? En un principio, todas las razas vivíamos en único y gran reino: Gea. Todos habitaban paz, hasta que la envida comenzó a originarse en el corazón de los seres vivientes, quienes comenzaron a discutir sobre cual raza era mejor, sobre qué pedazo de tierra debía pertenecer a cada persona y así sucesivamente. El odio genera odio, la sangre pide más sangre, y la primera Gran Guerra, de la cual no había precedentes, se originó. Cientos fueron los muertos y la maldad continuó originándose en el corazón de las personas. Era una lucha en la cual no había vencedor claro. Se formaron alianzas, se traicionaron, y así por más de cuarenta años la lucha continuó. La tierra paradisíaca, Gea, ya no era lo de antes y la armonía se había perdido para siempre. Fue allí cuando hicieron su aparición los cuatro dioses creadores quienes decidieron dividir la gran Gea y los reinos que actualmente existen. Al mismo tiempo, se borró de la mente de todos los recuerdos de esta tierra paradisíaca y de la gran Guerra. Todos se olvidaron de todo y de todos. Fue allí cuando comenzó el aislamiento de los reinos. Sin embargo...

-Hey Náyade, no ha venido Shen- preguntó otro juez.

-No, y no vendrá- le contestó la ninfa.

-¿Por qué no?- le preguntó Juan.

-Porque te concedió su entrada a ti- me contestó la ninfa, ante lo cual puse cara de asombro. –La entrada a este Concilio fue muy restringida, solo pueden asistir la gente perteneciente al Consejo Supremo, es decir, algunos habitantes de este reino; los guardianes y sus respectivos preferatti y los jueces que aún tengan equipos de aprendices en competencia.

-Pero y por qué me la entregó a mí.

-Dijo que te la merecías, que era tu recompensa por todo tu esfuerzo, pero en especial por la lección que nos diste en la Torre de Las leyes. Además, que quería supervisar la misión del resto en el reino de Mercetya.

Aquellas palabras me llenaron de emoción. Me habían entregado un privilegio al cual no todos podían acceder. Pese a eso, sé muy bien que Shen es una persona que calculaba todo, por lo que detrás de esto debe existir un plan que debo descubrir.

Un nuevo orden mundial.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora