Capitulo 36 El compromiso

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Estoy aterrorizada. Lo que acabo de pasar con Dalila, me remontó a mi pasado, hacia el mismo instante cuando mi padre estuvo a punto de acabar con mi vida por última vez...

Papá ha regresado de nuevo... borracho. Pasa de la media noche y el estrépito con el que abrió la puerta de la entrada, me hizo despertar. Sus borracheras son más constantes y sus palizas cada vez empeoran más. Ya no lo soporto, deseo escapar, pero no quiero dejar atrás a mamá... solo que ella se rehúsa a venir conmigo.

Puedo oírlo caminar por toda la casa. Me siento en la cama indecisa sobre qué hacer, sé que en cualquier momento vendrá a mi cuarto y las cosas se pondrán difíciles. Mi cuerpo tiembla y mi piel se torna fría tan solo de pensar que en cualquier momento entre aquí y vuelva a descargar su ira contra mí.

Desde hace algún tiempo he estado preparándome para marcharme de esta casa y ni siquiera me importa si tengo que dormir en la calle... cualquier cosa es mejor que vivir junto a él.

―¿Dónde está la maldita comida? ―vocifera furioso desde la cocina― ¿Piensan que pueden vivir bajo mi maldito techo como un par de holgazanas inservibles?

Las ollas, platos y utensilios comienzan a volar por toda la cocina. Cada estallido, me hace pegar un brinco y el temblor se intensifica por todo mi cuerpo con cada segundo que transcurre.

―Yo... yo puedo cocinarte algo, cariño ― responde mi madre con voz temblorosa―, solo me tomará un segundo prepa...

Solo que no la deja terminar la frase. El golpe suena al mismo tiempo que el grito aterrado de mi madre. Jadeo atemorizada, sabiendo que la ha lastimado nuevamente y que yo seré su próxima víctima.

―¡Julián, entra a la casa! ―grita mi padre.

¿Julián? ¿Quién es ese hombre?

Bajo de la cama y camino con pasos cautelosos para evitar que la madera rechine con mis pisadas. Con mano trémula giro el pomo de la puerta de mi habitación y camino sigilosamente a través del corredor. Desde la parte superior de la escalera puedo ver con claridad hacia la cocina y también puedo vislumbrar el preciso instante en que el hombre al que ha llamado mi padre, accede a la cocina.

―¡Ponte de rodillas, maldita perra! ―ordena mi padre exaltado―, será mejor que hagas un buen trabajo o te golpearé tan fuerte que te haré perder el sentido.

Se dirige hacia el hombre y recibe de él unos cuantos billetes, mientras mi madre se coloca de rodillas en el suelo. Luego de que mi padre los cuenta y sonríe satisfecho cuando constata que la paga está completa, le da una al hombre una señal para que se aproxime a mi madre.

Jadeo estupefacta cuando con horror, observo a mi madre bajar la cremallera del pantalón de ese hombre asqueroso y sin pensarlo dos veces introduce el pene en su boca. Retrocedo impactada por lo que estoy viendo, pero al hacerlo una de las tablas del piso cruje, haciendo que todos dirijan la vista hacia la escalera y me vean justo cuando echo a correr.

Mi pecho se acelera una vez que entro a mi habitación y cierro la puerta con seguro. Sin embargo, en el mismo instante que oigo a alguien ascender por las escaleras, corro hasta mi cama y me oculto debajo. Mis dientes castañean de pánico cuando la madera es golpeada con insistencia y escucho a mi padre soltar improperios para que la abra. Mi corazón late tan fuerte que lo siento palpitar dentro de mi boca y la respiración se hace tan difícil, que incluso creo que estoy a punto de hiperventilar.

Los golpes se convierten en empujones que hacen chirriar las bisagras de la puerta y sé que es solo cuestión de tiempo para que ceda y se venga abajo. Mi mirada se detiene fijamente sobre la entrada, esperando el momento exacto en el que él logre acceder a mi habitación. Instantes después, pedazos de madera salen disparadas en varias direcciones y detrás de ellas, la imagen furibunda de mi padre.

Embarazada por EquivocaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora