En mitad de la noche, un grito victorioso despertó a varias personas del hotel, algunas de las cuales empezaron a refunfuñar sobre la maldita chica que había interrumpido su noche. Sin embargo, ninguno de ellos se atrevió a llamar a su puerta, sabiendo perfectamente que compartía su suite con un shinobi adulto y aterrador. Les gustaba tener la cabeza en el cuello, muchas gracias.
En la sala de estar de la suite, Hitomi se había puesto en pie y daba saltos de emoción. Sumida en su euforia, saltó a los brazos de su mentor. Él la abrazó, riendo con ella. La había visto volcarse en este proyecto, poner toda su alma en él, y estaba encantado de que lo hubiera conseguido a tiempo.
La fecha de entrega se había acercado tanto que le había permitido pasar la noche en vela: en unas horas, al amanecer, se despedirían y volverían a ponerse en camino, dejando Sunagakure atrás. Entonces, a Ensui le quedaría bastante tiempo para el entrenamiento de Hitomi antes de tener que volver a Konoha para la Academia. Cuando su protegida entrara en un equipo de genin y volviera a salir sin él, ya sabría qué hacer.
Ensui tenía que admitirlo: para su edad, la destreza de Hitomi era increíble, del tipo que ni siquiera la Hokage Cuarta había sido capaz. Para ser justos, a Namikaze Minato no le habían enseñado desde tan joven, pero aun así. Ensui sabía muy bien que no podría haber creado ese sello, aunque hubiera tenido la idea en primer lugar. Un día, un día tan cercano que podía sentirlo respirar en su nuca, ella lo superaría en este campo. Necesitaría a alguien que supiera mucho más que él sobre fūinjutsu. Como si los Maestros del Sello fueran fáciles de encontrar. Sólo quedaban dos vivos en todo el mundo, y ambos habían abandonado Konoha hacía mucho tiempo.
Gaara, todavía muy puntual para un niño de cuatro años, estaba en su puerta diez minutos antes del amanecer. Hitomi no había podido hacer que se le quitara el miedo a no ser más su amigo o a no querer verlo si llegaba aunque fuera un minuto tarde y, como ser puntual era una buena costumbre de todos modos, había dejado de intentarlo.
La suite había sido vaciada de todo lo que la había animado durante el último mes, la ropa, las armas y los montones de cuadernos que guardaba en su mochila, mucho más ligera de lo que había sido cuando salió de Konoha. Sólo quedaban dos, esperando en la mesa de centro, pero esos eran muy, muy especiales.
Los dos chicos no podían ocultar su tristeza mientras comían el desayuno que había traído Gaara. Ensui era demasiado respetuoso con su aprendiz como para actuar como si no se hubiera dado cuenta, pero no podían llegar tarde: la caravana con la que habían venido no les esperaría al salir de Sunagakure. Le hizo un gesto para que procediera como había planeado cuando se acercara la hora de la partida.
Se levantó entonces, sus ojos brillando con lágrimas contenidas. Mantuvo sus emociones a raya, la espalda recta, como la futura kunoichi que él podía ver en ella, en su silueta, en sus ojos, en la forma en que llevaba su tantō de madera, en su andar aéreo. Con sus movimientos casi reverentes, tomó los dos cuadernos que aguardaban en la mesa de centro y se dirigió de nuevo a Gaara, que la había seguido con los ojos llenos de tal melancolía que a Ensui le dolió el corazón.
"Me gustaría darte un regalo antes de partir. Sé que volverás a estar solo y te echaré mucho de menos, así que he pensado... Toma, es para ti". Le dio uno de los cuadernos, el que tenía el lomo turquesa. Había escrito su nombre en la portada con kanjis dorados, con una caligrafía tan perfecta y armoniosa como siempre.
El chico cogió su ofrenda pero la miró con confusión, mordiéndose el labio inferior. "¿Tú... me has comprado un cuaderno?"
Se sonrojó y le mostró el que había guardado para ella, rojo y negro, con su nombre escrito en plata en la portada. "Verás, el proyecto en el que estaba trabajando... bueno, ya está. Espera, te voy a enseñar cómo funciona". Abrió su cuaderno, cogió un lápiz y escribió unas palabras en la primera página. Cuando terminó, infundió chakra en el papel; inmediatamente, el cuaderno de Gaara se volvió frío, haciéndole aspirar un suspiro. Hitomi había descubierto rápidamente que, con un medio inflamable, la reacción contraria era pedir un desastre. "Ábrelo", sonrió ella.
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Algo termina, Algo Empieza
FanfictionTras su muerte, Hitomi se despertó en un mundo en el que los conflictos se resolvían con torrentes de fuego y ríos de rayos. Cuando era un bebé, decidió utilizar el tiempo que tenía para dibujar planes y rezar para salir de toda esa mierda viva y de...