Las lágrimas me nublaban la vista, el dolor era tan intenso que no podía ni siquiera respirar, sentía que algo estaba quemándome desde dentro.
Matándome despacio.
Lo había perdido todo. La había perdido a ella. Esto no era justo. Ella no lo merecía. ¿Por qué entonces se la habían llevado? ¿Por qué me la habían quitado?
Sentí que mi cuerpo se partía en dos cuando finalmente caí sobre la nieve. El dolor del impacto no fue nada, se sintió como una caricia comparada con la tormenta que se desataba dentro de mí. Quería abrirme el pecho y sacarme el corazón que me golpeaba con fuerza con cada latido, con tanta que me ahogaba cada segundo más.
Todo dolía, cada centímetro me causaba un enorme grado de dolor y sentía la cabeza a punto de explotarme. No... sabía que era lo que me estaba pasando, no sabía... que era lo que le pasaba a mi cuerpo.
Traté de buscar aire, pero no podía respirar, era incapaz de despejar mi garganta y nada podía pasar. ¿Qué me estaba pasando?, intenté buscar algo que estuviera cubriendo mi nariz, pero no encontré nada.
No había nada. Nada salvo el dolor en todo mi cuerpo sumado a las voces que mi mente no dejaba de traer a mí, que solo aumentaban el dolor en todo mi cuerpo y me ahogaban todavía más.
No volvería a escucharla leer, reír, cantarle a Atlas. Ella ya no...
Un grito me raspó la garganta y con ello pude volver a respirar, pero no fui capaz de hacerlo del todo. Un sollozo tras otro, un torrente de lágrimas que me empapaban el rostro y se iban congelando conforme salían me lastimaban la piel.
Era su muerte lo que me estaba ahogando. Era... la agonía que eso me había causado.
Entenderlo empeoró todo a tal punto que no era consciente del todo de las cosas que pasaron. Grité, sollocé, insulté, imploré a los dioses que esto no fuera más que una pesadilla, golpeé la nieve hasta que volví a sentir mis dedos por la sangre que salía de mis nudillos y lloré hasta que no quedó una sola lágrima que derramar, hasta que no me quedó energía para nada más.
E incluso cansada, temblando y con apenas consciencia de donde estaba, nada cambió. Mamá seguía muerta y no se levantaría de la cama, no volvería a abrazarme mientras me mentía diciéndome que todo estaría bien.
La presión en mi pecho, esa que me asfixiaba nunca se iría, nunca terminaría, nunca se iría porque era la forma en la que mi cuerpo intentaría llenar la parte de mi corazón que ella se había llevado.
Ya no tenía a nadie más. No me quedaba nadie.
Atlas era apenas un bebé, ni siquiera había cumplido un año, y nunca sabría lo que era estar entre sus brazos cuando enfermase, con su mano acariciando su cabello mientras le cantaba hasta hacerlo dormir para que los malestares fueran menos, no sabría la vida que había en su sonrisa y nunca tendría un recuerdo de ella que recordase. Caius no había estado conmigo en todo un año y sabía que tampoco lo estaría después, tenía su propio dolor que lidiar y yo no iba a serle de ayuda. Mientras que el rey nunca había sido un padre, aunque al menos mamá se había ido en paz pensando que lo era.
Mamá era la única que me entendía, la única que me habría apoyado en el momento en que quisiera abdicar al trono para vivir lejos de la política, de las responsabilidades, de la corona porque nunca sería lo suficiente para cumplir las expectativas. Ella me había escuchado y me había entendido, había jurado que al final estaríamos juntas en el balcón viendo la coronación de Caius para luego acompañarme a la casa que habría comprado en Turkdy, para acercarme a la playa siempre que quisiera.
ESTÁS LEYENDO
Luna Oscura
FantasyTendría que comprometerme por el bien de mi reino. Debía de ceder mi poder, mi autoridad y mi derecho de nacimiento solo para finalmente terminar la guerra. Pero lo haría a mi modo. Ni el rey, el consejo o mi prometido, ni nadie se atrevería a...