|| 12 ||: AMENAZA

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No tenía control sobre mi cuerpo, como si alguien manejara personalmente y a precisión cada punzada de dolor en mi cuerpo, cada temblor, cada estremecimiento, cada espasmo y cada segundo de agonía con el que no había podido hacer más que llorar en silencio porque simplemente no podía controlarlo.

Eso solo aumentó mi ira contra todo lo que había fuera de estas puertas.

Con Sbrina y el detestable idiota que se había atrevido a envenenar a mi prometido, obligándome no sólo a usar la poca energía que tenía en evitar que muriera también a compartirle un secreto muy bien guardado como lo era lo que me corría por las venas, con Bastian por haber permitido que él nos alcanzara sabiendo lo que podría pasarle a él en esa montaña, con el Príncipe Ascian por haber hecho caso a su ego y estupidez para seguirme, con el rey por ponerme en esta situación sin habérmelo consultado y por haber demostrado ser un monarca inútil por ni haber acabado con la guerra en cinco años, pero sobretodo con la traicionera rata que debía estar escondiéndose en el agujero más oscuro del mundo luego de haber tenido la osadía de maldecirme arrebatándome lo único que me quedaba de mamá.

Y cuando me enfadaba era mejor que nadie se cruzara en mi camino con el propósito de hacerme perder la paciencia o cargaría con las consecuencias de mi frustración.

No me había quitado el vestido, que en otra ocasión me resultaría ligero pero que ahora lo sentía como la más pesada armadura, y con la llegada de los primeros rayos del sol colándose por la ventana me levanté del suelo donde había pasado toda la noche, sacudí la falda para limpiarla de cualquier mota de polvo antes de salir de la habitación con una dolorosa rigidez en el cuerpo.

No soportaba el menor ruido por lo que me esforcé en que mis pasos no resonaran en el pasillo, sentía que la cabeza iba a explotarme en cualquier momento como una uva al ser aplastada con la mano, lo que solo era la punta de todos los dolores que me recorrían desde la punta de los pies hasta el último de mis cabellos. Y aunque tenía más ganas de intentar sin ningún éxito terminar con mi vida que de otra cosa también era consciente de que teníamos que comenzar el trayecto de vuelta a la capital cuanto antes.

Tenía varios asuntos que resolver en el palacio antes de asegurarme que Edmund y Sbrina hubieran cumplido con sus acuerdos, además tenía que poner al tanto a Lucio de la visita que pronto recibiría de la madre que lo había abandonado a su suerte a las manos el salvaje de su esposo, a quien no me arrepentía un solo segundo de haber asesinado.

En cuanto llegue a las escaleras escuché sus voces venir de la primera planta, lo que me hizo detenerme de golpe, causando que tuviera que sostenerme de la barandilla de las escaleras para no caer ante el mareo subido que me nubló la vista.

—¿Qué significa eso?—preguntó con dureza el Príncipe Ascian.

—Lo que escucho, Alteza—dijo el Coronel con mucha calma—, no tengo autorización para compartirle ninguna información de carácter confidencial relacionado con el palacio la familia real de Khelvar, mucho menos puntualmente la Princesa Dayra.

De no haber sentido una punzada en mi columna ante la tensión de mis músculos me habría sorprendido ante lo que estaba escuchando. Tuve que apretar mis manos alrededor de la barandilla de madera para controlar mi respiración solo en el hipotético caso de que pudieran escucharla.

—Me parece que estas olvidando tu lugar—espetó el Príncipe con dureza—. Eres el Coronel de las fuerzas del Norte del Ejército de Aphud, Dixon, tu lealtad debe estar en nuestro escudo.

—Nunca he faltado a ello—aseguró despacio—, mucho menos lo he negado.

—Entonces no entiendo porque motivo me niegas la respuesta que quiero, a tu Príncipe—escuché el golpe seco de sus manos contra la madera—. Si sigues siendo leal a la familia Leviev necesito que me digas inmediatamente que fue lo que pasó hace dos días.

Luna OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora