Choi BeomGyu salió de lo que solía llamar su casa, aunque estaba muy distante de ser algo así. Caminaba apresuradamente mientras terminaba de acomodar su chaleco. Su cabellera medio larga y prominente se deslizaba con rebeldía por su rostro, pero a él parecía no importarle.
Llegó al periódico a tiempo. Entregó su aporte y se marchó sin más. Ya no tenía que hacer, mucho menos varias opciones de a donde ir. No tenía casi dinero para ir a un lugar decente. De este modo solo le restaban tres opciones: ir al apartamento de mala muerte que rentaba a sumirse en su miseria, ir a la cafetería de siempre a observar los clientes desde una mesa apartada o sentarse a perder el tiempo en algún parque desechable a perder el tiempo. Eligió la cafetería, tenía algo de hambre. No comía desde la tarde del día anterior. Se fue caminando para ahorrar dinero y gastar más tiempo.
—Buen día, poeta.— Devolvió el saludo y se sentó en la mesa de siempre. Pidió lo mismo que pedía siempre. Sacó su cuadernillo de uno de los bolsillos de su gabardina y comenzó a escribir.
—¿aún no entras a estudiar?— Sin previo aviso el mesero se sentó en la mesa frente a él. BeomGyu negó. —Si no empiezas a hacer algo productivo de una vez por todas, seguirás siendo la desgracia de tu familia.
Eso era algo que BeomGyu tenía bastante presente, pero ya ni le importaba. Qué culpa tenía él de que solo fuera capaz de encontrarse a si mismo en los versos bohemios y emborrachados que escribía en las noches frías y eternas. No era un oficio que le diera de que vivir, mucho menos estatus, pero si algo era seguro para BeomGyu es que nunca abandonaría las letras por ser un empresario más o algo que fuese de buena importancia a nivel social. Además, comenzaba a sospechar que padecía de una enfermedad, una sin cura. Una enfermedad que nunca admitiría padecer, eso solo le traería miseria, una miseria que evitaría a toda costa. O eso era lo que él se proponía hacer.