Los días pasaban, y ahora BeomGyu evitaba a YeonJun a toda costa. De nuevo su depresión empeoró cómo nunca antes. Lloraba todos los días, y aunque cumplía con su trabajo, se sentía más desmotivado de lo que jamás imaginó llegar a sentirse. Se encerró en su cuarto, solo salía dos veces por semana a entregar trabajos que lentamente volvían a ser mediocres. Ya casi ni comía. No dormía y se la pasaba llorando en el silencio tortuoso de su habitación. De vez en cuando sentía el impulso de gritar con todas sus fuerzas, de gritar hasta sentir que sus cuerdas vocales y su garganta se desgarraban fibra por fibra, hasta sentir la calidez de su sangre bajando por su tráquea haciéndolo ahogar. El dolor que sentía era tan grande, tan desesperante que solo esperaba a que la muerte llegase a por él, sentado en una esquina con los cachetes húmedos y los labios resecos mientras temblaba de frío. Ahora ni siquiera los rayos de sol lo podían calentar. Todo era frío, una oscuridad eterna que llovía en su corazón con acidez.
A veces escuchaba a YeonJun llamarle a través de la puerta mientras tocaba esta misma con sus nudillos doloridos. Nunca abrió la puerta. Nunca respondió a sus llamados, en cambio se hacía pequeño en alguna esquina de su casa y lloraba lo más bajo que le fuese posible, se aguantaba los gritos que amenazaban con rajar su garganta rasposa si no los dejaba salir. Ambos agonizaban en vida.