IV

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Choi BeomGyu se veía peor que nunca. Las ojeras que colcaban de sus ojos hinchados eran tremendamente oscuras y pesarosas. Había bajado de peso y su imagen se notaba sumamente descuidada. ¿Dónde había quedado aquel dulce chico callado? Choi BeomGyu ahora era irreconocible. Había mantenido la misma rutina por más de tres meses, pero si cuerpo simplemente ya no podía más.

Estaba a punto de perder el trabajo, y eso era algo que no podía permitirse. Durmió por primera vez en días, descansó un par de horas y al despertar comenzó a trabajar. Semanalmente escribía un par de columnas para un periódico local, debía esforzarse si quería una paga decente. El tema del momento, llamativo y jugoso, esa era la fórmula para un buen pago. Aunque está vez decidió arriesgarse con algo más novedoso, era un tema poco concurrido pero que daba mucho de que hablar. No tenía nada que perder pero si mucho que ganar. Dos horas después había terminado su trabajo. Entonces se cambió y salió rumbo a las oficinas del periódico. Tenía poco tiempo y nada de dinero para un pasaje en transporte público. Tomó su vieja bicicleta y partió.

—¿Crees que aceptaré tu trabajo sólo porque sí.— Se veía tan enfadado.

—Perdón, señor.

—¡Me importa un culo tu perdón! No me trajiste nada la semana pasada, tus trabajos no son lo suficientemente buenos últimamente, y han habido ocasiones donde solo me traes un párrafo por semana. ¡Un puto párrafo, Choi! ¡Tienes suerte de que no te hayan despedido aún!

—Lo siento mucho, señor Kang.

—Ven mañana a primera hora. Discutiremos tu liquidación.— BeomGyu asintió obediente. Luego de despedirse con cordialidad se marchó.

No veía bien, sus lágrimas nublaban su vista. Era un fracaso, ni siquiera podía mantener el maldito empleo, ahora que haría, no tenía dinero. Su vida era un desastre.

—¡Cuidado!— Un estruendo. Dolor. BeomGyu solo sentía su cuerpo doler y arder. Mierda.

—¿Te encuentras bien?— con ayuda de aquel extraño se levantó lentamente, al hacerlo sintió morirse. Una gota de sangre se deslizo desde su frente, su cachete, sus manos y su pierna izquierda ardían como el infierno. Alzó la vista dispuesto a responder que se sentía terrible, pero no pudo. Esos ojos, esa voz, ese tacto. ¡Maldita sea, era el mejor día de su vida! ¡Era Choi YeonJun!

—Yeon...Jun— susurró con suma debilidad. El aliento se le escapaba. El contrario le sonrió con dulzura.

—Sí, soy yo, YeonJun.

EpifaníaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora