El desagradable olor a podredumbre se había disipado. Ahora solamente olía a humedad, y a lluvia. Pero no llovía, lo que significaba que ese nauseabundo olor era el preludio de un buen chubasco.
Y no era buena idea esperar a que lloviera. Porque la tierra se hundiría bajo sus pies, y sus ropas se empaparían de agua, y la humedad se mezclaría con el hedor de los diablos.
La madre Malorie clavó el tridente en el suelo y trató de recuperar el aire. Andrew, entre tanto, recogía sus flechas del campo de batalla. Cansado, confuso y asustado. Todavía dudando de la realidad, porque creyó que moriría esta noche. Que Clarise moriría. Lo peor de todo era que habían tenido suerte. Y ese pensamiento se hundía en su conciencia.
Al hacerse con la última flecha, el joven arquero se acercó a Clarise por la espalda.
—¿Estás herida?
A lo que ella negó con la cabeza.
—¿Seguro? Déjame ver —insistió—, aunque sea un simple rasguño, si te han hecho algo muéstramelo.
—De verdad no me han hecho nada. Estoy bien.
Andrew se separó de Clarise, dándose cuenta de que se había acercado demasiado. Pronto el olor a humedad se intensificó.
—Tenemos que volver. Enseguida. —dijo la madre Malorie—. Aunque hayamos vencido no estamos a salvo.
Aunque ni siquiera habían vencido realmente. Aquel triunfo era temporal, porque volverían. Y Pluckley no estaba preparado para afrontar algo así.
—¡Pero madre, ha estado increíble! Lo ha acabado en tan solo un segundo, o quizá menos. —La joven no podía contener la emoción—, ¡Si tan solo pudiéramos encontrar al demonio del puente, todo habría terminado!
—Eso no es un demonio, niña. —inquirió la mujer. Su semblante serio no dejaba entrever su terror—. El tiempo corre. Debemos regresar antes de que caiga la primera gota.
—Pero Madre...
La mirada fulminante de la monja calló a la joven. Clarise frunció los labios en una mueca de disgusto que ninguno de los dos llegó a percibir. La madre Malorie levantó el tridente del suelo, y lideró el camino de vuelta sin mediar palabra.
Ninguno de los dos aprendices tuvo el valor de iniciar una conversación. Ambos sabían que la elocuencia de la experta exorcista no se había evaporado de repente; tenía que haber un motivo que lo justificara. Y aquella noche podía haber unos cuantos.
¿No era un demonio? Eso era imposible. Lo había visto con sus propios ojos, no podía tratarse de otra cosa. Olía tan mal como los monstruos voladores, y sus ojos... Eran la perdición absoluta. Si aquel ser no era un demonio, ¿qué era?
—Andad más rápido.
De modo que optaron por andar en silencio, mirando por donde pisaban —que ya era necesario al ser de noche, con la posibilidad de ser emboscados por alguna criatura de la noche— y teniendo cuidado de no tropezar.
Hasta que Clarise se hartó. Estaba cansada de andar en silencio. De andar con dudas en la cabeza. De preguntarse por qué la madre había regresado con un cambio tan... abrumador.
Y de cuestionarse a sí misma. Lo que vio en aquel puente no podía ser otra cosa más que un demonio. Lo sabía perfectamente, y nadie más podía llevarle la contraria. Porque nadie había visto a ese ser; solo ella.
—¿No deberíamos haber esperado? ¿Asegurarnos de que ni había más peligro cerca? ¡Andrew! Tú dijiste que eliminarlos no era suficiente. Que tenía que vigilar el perímetro, y rastrear otras posibles presencias
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No mires sus ojos | Zalgo
FanfictionClarise vive en un pueblo donde las leyendas y las historias de terror son como la biblia, conocida por todos. La gente desaparece, muere, y cuando esto pasa, solo existe una posible explicación: los demonios, los vampiros y los entes del mal son lo...
