No lo negaré, algo estaba distinto, los miedos se habían disipado y en su lugar una inusual curiosidad quizás demasiado fortuita llenó mi cabeza y anidó allí hasta el horario de claustro. Tejiendo en mi almohada sueños y uno que otro pensamiento que murió en mi cama.
No mencioné nada de aquel encuentro, quise atesorarlo como una intimidad, no porque mis ideas fueran indecorosas, no, todo lo contrario, decidí guardar un silencio de voto a causa de la vergüenza que me supondría admitir que mi aterrador adversario era nada más, ni nada menos, que un hombre galante.
La soledad había comenzado a atormentarme, quizás, no lo sé, pero aquel caballero con su sutil reverencia despertó en mi infinidad de colores de los cuales yo desconocía su gama. Descansé con un suspiro entre los labios y una añoranza en el pecho, de repente Obregón tenía una tonalidad distinta.
La mañana siguiente tuve el coraje suficiente como para aventurarme sola entre las carcomidas paredes de nuestra morada. El pánico que antes circulaba por mis venas fue suplantado por una recatada ansiedad. ¿Qué tan solitaria tenía que ser la vida de una mujer para que un leve gesto de caballerosidad arrancase en ella añoranza?
Sabía la respuesta, pero intenté mentirme. Mi falta de un compromiso a veces me atormentaba, no quería terminar como mi antigua tutora, abandonada a su suerte y condenada a una vejez solitaria, lista para vestir cualquier santo que se le presentase... No... Aquel no podía ser mi destino.
Relatar este momento después de todo lo que he vivido y lo que ahora sé me resulta amargo, mis propias letras me reflejan en cada curvatura mi desespero y mi notable falta de autoestima. Lo sé, no soy la señorita más agraciada de toda la provincia, pero tampoco podía condenarme a mí misma en el pleno ciclo de mi juventud a la muerte inanimada de una cama helada.
Noto mi propia estupidez y me apeno, ¡Por Dios, Clara! ¡Abre los ojos, mira bien lo que delante de ti se presenta!
Allí estaba yo dos semanas atrás, parada en la sala de Obregón viendo el campo de cultivo esperando que un forajido caballero apareciera y sucumbiese ante mis encantos inexistentes, más nada de eso sucedió.
La miel llegó al mediodía y su dulzura apaciguó mi pena al encontrarme sin algún admirador. Quizás la buena señora Mirtha lo notó en ese momento, más no hizo ninguna acotación, mi silencio a veces decía más que cualquier intrincado discurso y, puntualmente, recuerdo que esa mañana sentía una devastadora soledad que confundí con enamoramiento a primera vista.
Jonás me sacó unas cuantas sonrisas con sus exclamaciones de dicha al probar la ambrosía y luz me llenó de ternura con su risa amplia al disfrutar la miel ambarina untada en una de las tostadas que hicimos durante la mañana, pero pronto todo rastro de felicidad se borró de sus caras cuando comencé a impartir mis horas cátedras.
Sé que los niños no son afectos a los conocimientos duramente asignados por una curricula, como también recuerdo muy bien mi propio aburrimiento cuando una estirada docente se paraba delante de mí durante mi infancia, pero me esforzaba en hacer nuestro periodo interesante.
Empezamos primero con una pequeña revisión de contenidos aritméticos, mis buenos alumnos coreaban los números en una canción bastante bien memorizada, pero sus bocas se cerraron cuando la primera suma se presentó delante de ellos.
Ayudada por unos cuantos porotos sin cocer pude convertir el conocimiento abstracto en algo concreto y, con el uso de sus dedos, los niños pudieron resolver el pequeño problema que había planteado en un cuarto de hora. Estaba satisfecha, las ciencias exactas no son mis favoritas, así que mi dicha se vio vislumbrada en mi rostro cuando saltamos a la siguiente asignatura.
La expresión, fuente inagotable de cualquier magia, era necesaria para quitar de sus gargantas algunas respuestas monosílabas que comenzaban a molestarme. La premisa fue clara, quizás motivada por mis propias fantasías, propuse un tema para hablar.
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Obregón
HorrorMiedo es lo que sentí cuando lo vi por primera vez, arrebatándome el sueño. Pánico es lo que viví al enterarme su origen, haciendo que rezase para que todo fuera una pesadilla. Al miedo pude superarlo, pero el pánico me persiguió toda mi vida al sab...