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Llegando hasta el umbral con ya mi sonrisa acalambrada en una clara muestra de insistente regocijo, por fin pude conocer a las dos féminas que me aguardaban amparadas por el alero del umbral. Parándome delante de ellas, no hubo más remedio que invitarme a pasar, después de todo, yo ya era prácticamente la autoridad superior de dicho lugar y el hecho de que mi ropa estuviese fuertemente empapada no colaboró ante el decoro.

Cuando por fin un techo cubrió mi cabeza, una de las mujeres, la niña que en ningún momento había asomado sus ojos ante los míos, con un casi aristócrata recato corrió por el único pasillo que se presentaba delante del humilde recibidor y pronto retornó ante mi cargando consigo una rústica manta que agradecí de sobremanera.

Ya cobijada y a punto de iniciar con mi presentación mis palabras fueron tapadas por la voz de la que hasta ese momento solo me inspeccionaba con su curiosa mirada.—Señorita Clara, es un placer tenerla aquí. —Aquella mujer de aspecto jocoso y de dientes ennegrecidos seguramente a causa del tabaco se reverenció ante mi casi haciéndome sentir pena. Yo solo era una humilde maestra, pero estaba siendo tratada como si fuera la importante señora de alguna familia acaudalada, no me sentía cómoda.

Acto seguido, mi amable anfitriona se presentó. Recuerdo bastante bien su rostro de vergüenza cuando se reveló a sí misma bajo el nombre de Mirtha, aquella mujer de características similares a cualquier rostro olvidable intentó darme unas excelentes primeras impresiones, lo deduje por su rapidez en cuanto a su habla y su carácter casi obsesivo con el trato hacia mi valija.

De unos cuarenta años y con la piel curtida quizás a causa del trabajo campirano, la señora Mirtha continuamente restregaba sus manos en su delantal esperando a que yo rompiese ese pequeño lapso de silencio que a veces se formaba cuando en su boca se habían agotado las palabras.

Cuando por fin reaccioné y traje a mi memoria que no era una simple visita amistosa, busqué mi equipaje, el cual había quedado tendido en la única mesa del lugar y abriéndolo prontamente extraje el papel que acreditaba mi formación en compañía a la orden gubernamental que mencionaba mi cargo en dicha localidad. Aún con esa expresión amable que ya empezaba a dolerme entre las mejillas se lo extendí, pero ella rápidamente negó con la cabeza.—Yo no entiendo de esas cosas, señorita Clara.

Ahí fue que tuve más certeza de lo necesaria que era mi presencia en aquellas tierras, estaba delante de una iletrada que continuamente buscaba en mi alguna respuesta ante una pregunta que ni siquiera habían comenzado a formular. En una apabullante pena nuevamente guardé mi documento y dejé que la señora Mirtha continuase hablando, se notaba a simple vista que tenía todo un discurso ensayado.

—Como verá, señorita, aquí quizás no encuentre los lujos de la capital a los cuales debe haberse acostumbrado, pero podrá notar que nuestra estancia está limpia y que ahora mismo un delicioso guiso está perfumando el ambiente. —Efectivamente, la señora Mirtha no mentía, un agradable aroma a laurel siendo cocido llenaba por completo el cuarto y abría mi apetito, el cual hasta el momento no había hecho gala de presencia.—Yo me encargo del orden y de la cocina, aunque estos días todo es más sencillo solo con tres raciones, cuatro ahora con usted. —Quizás examinando mi contextura y deduciendo que tan hondo debería ser mi tazón un leve aclare de mi garganta hizo que su mirada dejase mi vientre y retornase ante mis ojos. Rápidamente mi atención se fijó en los dos niños que expectantes me miraban desde un rincón. —Estos dos pequeños son Jonás y Luz... Sus únicos alumnos hasta que dé inicio su año escolar, señorita.

Encantadores, prudentemente aseados y de por demás cohibidos de mi presencia, ambos infantes bajaron la cabeza en señal de un segundo saludo mientras que yo solo me reía ante mis propias suposiciones. El niño que antes había acarreado mi equipaje se mostraba descalzo aun así sus pies limpios me mostraban un claro indicio de que había tomado un baño, quizás debido a mi arribo.

ObregónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora