Por más que quisiera olvidar lo anteriormente vivido, no estaba preparada para quedar en la soledad azulina del alba de Obregón. Aún tenía la imagen mental del caballero rondando las oscuridades de mi mente, atemorizándome con su presencia. Por dicha situación, permanecí en mi cama hasta que el sol salió.
La mañana estaba tranquila, no había nada peculiar que delatase la presencia de un intruso o sí quiera la intervención de alguien ajeno a nosotros cuatro. La señora Mirtha se levantó casi al mismo tiempo que yo y, no sin antes regalarnos un mutuo saludo, comenzamos nuestra jornada en conjunto.
Diversas charlas esporádicas nacían y, para mi suerte, la señora Mirtha se mostraba más animada que de costumbre. Casi lanzándome un delantal de su propio uso me invitó a que formase parte del ritual de amasado que regularmente hacía en solitario.
La vida en Obregón volvía a ser tranquila, aquella jornada era un descanso necesario para todos. Los niños no tendrían hora cátedra y yo podría aprovechar el tiempo para completar mis registros de guía, armando así la planificación continua que proseguía a las enseñanzas de la buena señorita Catalina.
Mientras sumergía mis manos en salmuera, empecé a imitar las acciones de Mirtha en cuanto a los movimientos de la masa, pero un sutil destello de nuestra charla agridulce se posicionó en mi cabeza. Rápidamente limpié mis dedos y casi corrí hasta la habitación de Luz, la pobre niña dormía acurrucada en sí misma con una expresión serena en el rostro que me dejaba en claro que su inocencia no era percudida por sus malos hábitos infantiles.
Sacudiéndola débilmente, me senté a un costado de su cama para darle los buenos días. Adormecida, ella poco a poco abrió los ojos y al notarme no dijo una sola palabra, quizás jamás esperó verme allí.
—Buenos días...— Acariciando su frente y mostrando un poco de dulzura, sonreí ante su expresión de sorpresa. —Con la señora Mirtha estamos preparando el pan, pensaba que sería bueno que tú también aprendieses a prepáralo, así puedes ayudarme cuando quedemos solas, ¿Qué dices?
Su rostro alertargado poco a poco comenzó a cobrar vitalidad mientras que sus mejillas se tintaban de un almidonado durazno que me fue imposible no notar. Luz, la pequeña y pobre Luz, estaba conociendo mi faceta cariñosa y parecía agradarle o por lo menos eso me dejó en claro con su enérgica sonrisa.
Luego de haberle ordenado que se aseara en detalle yo misma le armé un pequeño delantal con una vieja falda mía. Luz sonreía al sentirse tomada en cuenta y comenzaba a tomar la valentía necesaria para hablar, nuevamente los buenos modales que había visto en mi primera instancia en Obregón relucían y yo no podía sentirme más dichosa de ello.
En conjunto las tres mujeres de Obregón disfrutábamos del canto de los pájaros mientras que atiborrábamos la mesa en harina. A modo de juego llené mi dedo en el blancuzco polvo y ensucié la punta de la nariz de mi alumna causando que ella carcajease y, con algo de timidez, me lanzara una minúscula porción de la mezcla ya tamizada.
Mientras que aguardábamos el tiempo necesario de levado las mayores hablábamos sobre el clima y nos maravillábamos de la sublime mañana que nos había tocado vivir, por otra parte, teniendo a Luz sentada delante de mí, comencé a labrar trenzas en su cabeza mientras que mi dulce alumna se dejaba tratar como una muñeca.
Mirtha nos miraba y varias veces sonreía con recato ante nuestra estampa, intuía perfectamente el porqué de mis acciones y en un suspiro silencioso me agradecía por ello. No hacía falta que lo hiciera, por más que mi labor fuese estrictamente instructiva yo disfrutaba de aquello y hasta me animaba a imaginarme un futuro en el proceso, labrando trenzas en la cabeza de mi propia sangre.
—Usted será una excelente madre, Clara.
—¿Eso piensa? —Tratando de disimular perfectamente mi ensoñación, solo sonreí ante aquella afirmación que la buena señora Mirtha me había dado. —Bueno, aquí ya tengo a una excelente candidata para ser mi hija, solo me faltaría el padre.

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Obregón
HororMiedo es lo que sentí cuando lo vi por primera vez, arrebatándome el sueño. Pánico es lo que viví al enterarme su origen, haciendo que rezase para que todo fuera una pesadilla. Al miedo pude superarlo, pero el pánico me persiguió toda mi vida al sab...