Prólogo

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Suspirar era lo único que hacía últimamente. El pesado trabajo dejaba tensos sus hombros, un dolor persistente en su cabeza y el cansancio de su postura rígida porque debía ser profesional ante todos. A veces quería tomarse unas vacaciones que duraran, más o menos, el resto de su vida. Pero era imposible, así que solo le quedaba resignarse.

Ahora mismo, estando en un museo, se encontraba esperando a un futuro socio de negocios, viejo amigo de su difunto abuelo, que recientemente había logrado hacer crecer su empresa y con bastante potencial, otorgándole apoyo podía sacar algunos beneficios y un aliado poderoso.

Pero Kageyama se preguntaba. ¿A quién rayos se le ocurre citar a alguien en un museo para una junta de negocios?. Bien pudieron quedar en una cafetería y sería más practico, incluso en alguna de las dos empresas. Pero al hombre mayor se le dio por hacerlo en un museo y Kageyama, por cortesía, terminó accediendo, pero ahora se arrepentía.

Miró su reloj de mano, el señor llevaba retrasado 20 minutos y comenzaba a inquietarse, tenía demasiadas responsabilidades como para estar perdiendo el tiempo, esperando fuera un museo, con personas mirándole a cada rato, coqueteando con él y murmurando por lo bajo. Kageyama era reconocido por su empresa y su creciente fortuna, la empresa de su abuelo ya estaba bastante bien y cuando pasó a manos suyas terminó de impulsarla al éxito. Aún así aun no se acostumbraba a la popularidad que obtuvo a sus 24 años.

15 minutos después le llegó el mensaje, informándole de ciertas complicaciones y que la junta se atrasaría una hora, si era demasiado problema podían hacerla otro día. Kageyama bufó pero decidió seguir esperando, ya estaba ahí y había esperado demasiado como para irse con las manos vacías.

Aburrido por tener que esperar 1 hora más, decidió entrar al museo e intentar entretenerse con lo que fuera que estuviera ahí dentro. Siendo Kageyama un hombre empresarial y bueno con los números, la historia era algo que se le daba mal, por lo que jamás se vio yendo a un museo, al menos no por voluntad propia, pero esta vez tendría que hacer una excepción.

Caminó por un rato dentro del museo, era un lugar bastante bonito realmente, el ambiente era elegante y llamativo. Kageyama miraba impresionado, fósiles de algunos animales que en la antigüedad existieron, algunas figuras de cerámica llenas de detalles y colores, estatuas impresionantes llenas de relieve que le daban profundidad, katanas de antiguos guerreros japoneses, entre otras cosas.

Sus ojos azules recorrían cada esquina, analizando cada detalle, color, deformación o abertura. Impresionado por tanto trabajo, miraba vigoroso hasta que sus ojos vieron un leve brillo en su vista periférica y se detuvieron en un libro, un libro bastante peculiar realmente, con hojas amarillas y sucias que parecían crujientes y frágiles, seguramente por los años de antigüedad. La pasta y tapas del libro eran de un color café, descuidado en algunas partes e incluso desgarrado.

La curiosidad le invadió cuando en las páginas abiertas del libro se mostraban dos dibujos muy llamativos. El primero estaba en la parte izquierda, era una hermosa mujer, con dotes bien definidos y desarrollados, cuerpo escultural y rostro maravilloso, parecía tener un gran poder. Bajo su figura había un texto pero estaba manchado en algunas partes y no podía leer realmente.

En la parte derecha estaba la forma de un hombre, musculoso por todos lados, rostro con definiciones marcadas, masculinas y visiblemente fuertes. Se veía poderoso e imponente a simple vista. Bajo él también había un texto y no estaba manchado, roto o tachado. Podía leerlo completamente.

Fortunio de mujeres bellas, 

deseosas de ver estrellas,

cuerpo grande para protegerlas,

carácter para poseerlas.

Hombre culto y musculoso,

a ojos oculto y ostentoso.

Maravilla para las mujeres,

calamidad para los hombres,

ser que no conozco,

con mis plegarias yo te invoco.

Leyó en voz alta, sin la menor idea de que era exactamente lo que estaba leyendo. Parecía un poema pero realmente no le entendía mucho. Sin prestarle más atención miró nuevamente su reloj, percatándose de que faltaban 10 minutos para la hora acordada. 

Se fue sin mirar atrás y sin enterarse de que el libro se había cerrado.



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Incubo -Kagehina-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora