De Paris a Galicia

9 0 0
                                    


Al día siguiente, nos despertamos temprano para desayunar e ir al aeropuerto. Raquel se despertó a la misma hora que nosotros para acompañarnos. Una vez que llegamos al aeropuerto, Raquel me dice:

—Helena, te voy a echar de menos. Llámame cuando llegues.

—Okay.

Kai y yo nos dirigimos al avión; de vuelta, eran otras dos horas. Abro mi libro y empiezo a leer.

—Helena, ¿qué lees?

—Antes de diciembre.

—¿Me dejas leerlo?—me dice con voz de cachorrito.

—Sí, ten.

—Gracias.

Mientras Kai lee, yo escucho mi playlist de Spotify con los cascos puestos. Una vez que llegamos al aeropuerto de Madrid, esperamos un taxi para llevarnos a Galicia. Mientras tanto, llamé a Raquel.

—Hola, Raquel, ya llegamos.

—¡Qué alivio! Estaba preocupada.

—Despreocúpate, que ahora voy a ir a Galicia.

—Llámame cuando llegues a casa.

—Okay.

Nos subimos al taxi y Kai me devuelve el libro para que lo siga leyendo. A los veinte minutos, ya habíamos llegado. Acompañé a Kai a su casa y luego me fui a la mía. Al día siguiente, había invitado a Kai a mi piscina por la noche. En las sombrillas de las hamacas había puesto unas luces LED y la luz de la piscina la puse rosa. Preparé un par de hamacas con toallas encima para cuando nos cansáramos de nadar y también puse unos refrescos en una mesa. Ya era la hora en la que Kai tenía que llegar. Oigo el timbre y abro la puerta; ahí estaba Kai con una bata puesta, el bañador y unas chanclas, mostrando su tableta.

—Hola, Kai, pasa.

—Vale.

Le guío hasta la piscina. Se quita la bata y se tira de cabeza, ya que él va a clases de natación y sabe trucos.

—Oye, Kai, ¿me enseñas a tirarme de cabeza?

—Vale, sin problema. Acércate.

Me dirijo a él y me agarra de la espalda, inclinándome hacia el suelo.

—Flexiona las rodillas y pon una mano encima de otra frente a ti, formando un triángulo con los brazos.

—Okay, ¿esto es todo?

—No, cuando vayas a tirarte, coge aire y cuando casi estés tocando el agua, estira las piernas.

—Okay.—Me tiro como me dijo él.

—Para ser la primera vez, no te ha salido tan mal.

—Gracias.

—¿Quieres que te enseñe algún truco más?

—A ver, enséñame cómo haces alguno y te digo.

—Vale.—Hace un mortal y otros trucos.

—Quiero aprender a hacer el mortal.

—Es muy sencillo en el agua. Comienzas flexionando las piernas y agachando la cabeza. Luego, al saltar, es lo mismo que hacer una voltereta; solo hay que impulsarse.

Lo intento hacer, pero con algo de miedo a lastimarme.

—Muy bien, Helena, ¡espectacular!

—¿Quieres que vaya a por unos inflables?

—Vale.

Voy hasta una cabaña que tengo en el jardín y saco un par de flamencos y una canasta con el balón.

—Vamos a jugar a un juego que yo llamo "el flamicesto".

—¿Y de qué trata el flamicesto?

—Se trata de que cada uno tiene que subirse a su flamenco y coger un balón; quien más meta el balón en la canasta gana. Es decir, quien consiga los veinte puntos, gana el juego.

—Entiendo, y de premio, ¿qué?

—Lo que tú quieras.

—Vale.

—¿Entonces vamos a jugar?

—Vale.

Nos ponemos a jugar. Kai marca sus dos primeros puntos y yo solo marco uno por el momento. En cuestión de cinco minutos, supero a Kai con diez puntos y él con siete. Pero luego él me remonta con quince puntos y yo con catorce. A los diez minutos, estábamos en empate, así que teníamos que tirar desde algo lejos por turnos hasta que uno marcara. Al final, terminó marcando Kai.

Caminos de corazón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora