Era otro tranquilo día primaveral, pese a que el aire acondicionado fluía por la habitación, el calor era insoportable. Las 4:59, en cuestión de un minuto la gruesa puerta blanca se abriría dejando en libertad a algún paciente más con ansias de cambiar su vida, tal y como predije una chica de pelo rubio liso que aparentaba en torno a 25 y 30 años salió apresurada tras agradecerle la visita a Jane, como era de esperar le contestó con una afable sonrisa, sonrisa que tras unos breves segundos dirigió hacia mi, después de que la silueta de la joven chica desapareciese por el estrecho pasillo. En el tiempo que habíamos pasado juntos, ambos conocíamos nuestras costumbres y aquellas cosas que odiábamos desde nacimiento, por lo que yo procuraba responder con sinceridad a todas sus preguntas y ella prometía no preguntarme.
-¿Cómo estás?
Cada vez que me recibía en sus aposentos. Entré a la sala, me senté en mi habitual sillón y comencé a hablar.
-¿Por qué si quiero y me esfuerzo en mejorar no lo consigo?
Jane ni si quiera había cogido asiento, de todos modos se dispuso a hacerlo y una vez cómoda con su espalda firme y apoyada, respondió mí pregunta con otra pregunta.
-¿A qué te refieres?
-Tengo todo lo que necesito para ser feliz, pero no lo soy.Me gustaba mirar fijamente a los ojos de las personas, me sentía con la seguridad de poder hacerlo, al lado de ella mi confianza se desvanecía y tan solo podía mantener mi mirada firme durante un breve instante, antes de que revoloteara por toda la sala, a menudo iba a parar a la ventana situada detrás de su cómodo sillón, era ahí donde observaba antes de seguir conversando.
-A lo mejor ya soy feliz y me centro tanto en conseguir serlo que me olvidó de lo que ya soy. Mis palabras sonaron dudosas e indecisas, denotaban que ni yo mismo poseía seguridad y coherencia en mi frase.
Las gaviotas volaban columpiándose a través del árido viento, bailaban en círculos durante un tiempo hasta que comenzaban a planear con sus perfectas y enérgicas alas.
-¿Cómo se sentirá volar? Me preguntaba ensimismado en su intrigante vuelo, tal y como lo veía aportaba una plena sensación de libertad, mi reflexión se vio interrumpida cundo el movimiento de la rosada cortina ocultó mi visión y la penetrante y suave voz de Jane me decía...
-A veces pensamos en querer mejorar, pero en realidad estamos tan acostumbrados a nuestra deprimente vida, que en lo más interior de nuestro ser no creemos en la posibilidad de hacerlo.
-Antes creía que teniendo aquello que quería, podía llegar a ser feliz. Una vez que alcanzas y consigues aquello que anhelas apasionadamente, nuevos deseos surgen de las cenizas de los antiguos. Siempre he pensado que la vida no tiene sentido, ninguno más que el que tú le des, pasó demasiado tiempo hasta que encontré mi "sentido de la vida" y ahora que lo tengo en mis manos, ahora que tengo una razón para vivir, es cuando más perdido me siento.Observé a Jane, me miraba con indudable consideración, tras un largo y profundo suspiro continúe.
-Siento que mi cuello está atado alrededor de una soga, mis pies a centímetros de un abismo y en mis manos poseo unas afiladas tijeras capaces de cortar la cuerda en cuestión de segundos, estoy tan confuso que una lucha interna en mi mente no sabe decidir si cortarla o saltar.
-Ethan... Alargó mi nombre hasta finalizar en un suave murmuro.
Dirigí mi penetrante mirada hacia ella, se había incorporado y paseaba con sutileza y elegancia por la habitación.
-Entiendo cómo te sientes, en serio lo entiendo, pero han pasado 45 días desde que empezaste a acudir a mis consultas y lo único que se de ti es tu presente, un presente que varía según nos vemos, un presente que se convierte en pasado con el paso de las semanas; puede que necesites tiempo y te lo intento dar, si realmente quieres mejorar tendrás que abrirte a mí y contarme la razón por la que sientes ese insaciable vacío en tu interior.
Sus palabras fueron dichas con total seriedad y optimismo; ¿por qué?, ¿cómo podía responderle?, nunca me había preguntado porque dormía de más para evitar el eterno día, porque sentía esa inmensa soledad que me arrebatada el entusiasmo, ese dolor incesante. Comencé a llorar, lágrimas recorrían mi rostro, deslizándose por mis mejillas, terminando su carrera en mi arrugada barbilla. Ella se percató, acerco el sillón que permanecía a mi lado y se situó sentado en él, frente a mí, agarrando mis tiritantes y frías manos, las suyas eran cálidas y suaves, parecía que hubiese estado durante horas reposándolas sobre una hoguera. Fue curioso, era la primera vez que manteníamos contacto físico, estaba orgulloso de ello, pues nunca había necesitado tanto el empático tacto de alguien que quería ayudarme, como guardar tu golosina preferida durante todo la mañana y tarde para poder disfrutarla al final del día.
-No lo sé. Dije sollozando. Me sentía infantil y reprochable.
No conozco el por qué, tampoco el cuándo, tan solo sé que no quiero sentirme más tiempo de este modo. Terminé mi frase con un audaz aullido de dolor que comprimió mi pecho a su misma vez de ser expresado.Extendió sus anchos brazos sobre mí y me abrazó, no pude responder a este, no tenía fuerzas, me sentía débil y agotado de intentar algo con todas mis ansias y no conseguir nada. La oscuridad se apoderó del cielo, las aves cesaron su canto y rebajaron su vuelo, para cuando nuestro abrazo había finalizado, mi tiempo también lo había hecho. Salí a la sala de espera y caminé por el pasillo hasta llegar a la puerta de salida, una vez allí, dije casi inaudiblemente.
-Gracias.
Cerré la puerta tras de mí y aún con la sensación de agua en mis ojos me despedí de ella para siempre.
Paseé, la noche había convertido en inexistente la irradiante y refulgente luz, el tiempo tomaba su curso, las horas pasaban mientras en mi cabeza la misma pregunta se formulaba y tomaba presencia repetidas veces: ¿por qué?, ¿por qué me siento así?, ¿existe un por qué?
Caminaba sobre un pequeño muro, su cara lateral daba a una extensa y habitada carretera, me agradaba observar cómo desde la oscuridad unos faros cargados de luces dominaban el viento, entre tanto balanceaba mi cuerpo de un lado a otro, abriendo mis brazos para compensar el peso, fue en ese momento cuando llegó a mí un recuerdo cualquiera que sin saberlo me marcó.