(21 de diciembre de 2009)

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Mi padre fue el primero en regresar a casa, antes de poder traspasar la invisible línea del hogar, encontró un arrugado y blanco folio colgado con torpeza en la puerta principal, en el advertía de la acumulación de gas en toda la casa y de que procurasen no encender ningún interruptor o cualquier cosa que provocase la más mínima chispa; lo último que quería es que alguien saliese herido o peor aún, muriese por mi culpa. Entró apresuradamente, abrió todas las ventanas y cortinas de la sala de estar; mediante zancadas me busco en mí habitación, en el baño y en varios sitios más, antes de percatarse que mi cuerpo estaba acurrucado sobre el suelo de la cocina; cerró el gas inhábilmente, con ambas manos danzando, con un potente sentimiento de miedo en el corazón. Para cuándo volteó observó que todo mi rostro estaba pálido, con un leve degradado morado en mis notables ojeras, mi cuerpo estaba tan rígido como una piedra. Me agarró, me abrazó con tanta fuerza que mi caja torácica crujió, mis costillas interpretaban las melódicas teclas de un piano; estuvo así, sujetando a su hijo durante varias horas, hasta que mi madre llegó, lo encontró con su sudorosa cabeza hundida en mi pecho, dejo caer su rojo bolso sobre el suelo, provocando que mi padre alzase la mirada en busca de la causa de aquel ruido; la frase “no puedo creerlo” se escribía en las cristalizadas pupilas de mi madre, él entre lágrimas y arrodillado golpeó el áspero suelo con brutalidad mientras gritaba, el estruendo causado por su cuerdas vocales denotaban su dolor, se podía escuchar como su corazón se quebraba en pedazos al mismo tiempo que sus puños eran maltratados.

Dejé una caja metálica sobre el escritorio de mi habitación; supuse que sí había algún error y la casa fuese abrasada por las llamas, la caja seguiría intacta; mis padres no notificaron su presencia hasta que mi cadáver fue envuelto en un saco negro y metido en la ambulancia, para entonces las luces rojas y azules de los coches de policía adornaban la entrada de la casa.

Antes de leer esta carta os ruego que llevéis a cabo las siguientes instrucciones:

1. Todos mis seres queridos, es decir, mi padre, mi madre y mi chica, Dalia, deben estar reunidos en la lectura de cada palabra escrita sobre este papel, es de suma importancia, pues cada letra va dirigida para esas tres personas.

2. Quiero ser incinerado, quiero que mis cenizas sean dejadas en libertad un tormentoso día, quiero que mis cenizas naveguen a través del agua y se integren en ella, impregnándose allí donde las gotas de lluvia caigan.

Confiaba ciegamente en mis padres, así que supuse que mis deseos serían complacidos.

¿Por qué? Esa es la primera pregunta que todos nos hacemos cuando alguien decide quitarse la vida, cuando alguien se obliga a cerrar los ojos. Realmente son tantos los problemas y las desgracias que vivimos día a día que sería difícil encontrar una razón, no sabemos designar si todo ha sido porque hemos suspendido recientemente un examen, o porque no quedaba de nuestro helado favorito en el congelador. A veces lo único que queremos es descansar de tanto sufrimiento y angustia que no deparamos en pensar si realmente es lo que queremos, si merece la pena hacerlo.

¿Podría haber hecho algo?, ¿podría haberle salvado? Preguntas similares son las que estoy seguro que os formulareis reiteradamente estos días, dejadme deciros que no malgastéis tiempo en echaros la culpa, como he dicho antes, ni yo mismo conozco la verdadera razón de mis actos.

Conforme escribía la carta me sentí egoísta y culpable de no haber dado ni una mínima razón de mi muerte voluntaria a aquellas personas que lo merecían, sin embargo, cuando la finalicé..., me di cuenta de que mi motivo se había explicado inconscientemente.

Toda mi vida he vivido con un vacío interior que nunca he podido remediar y los intentos de hacerlo solo me han hecho depender de cosas y personas a las que he acabado dañando, sentía que quería vivir una vida que no daba tiempo a ser vivida, así que por favor, os pido que no os echéis la culpa, gracias a vosotros he vivido más de lo que nunca he pensado que querría haber vivido, gracias a vosotros me he levantado de la cama cada mañana cuando no tenía ganas de hacerlo, me habéis lanzado la cuerda que me saco de mi profundo y oscuro pozo. Siempre habéis estado ahí, ayudándome inconscientemente; cada abrazo, cada "buenos días" era un chute de adrenalina que me permitía seguir hacia delante, pero vosotros…, vosotros no podíais hacer nada si yo no quería ser ayudado.

Mama, eres la mejor madre que podría haber deseado tener nunca.
Papa, pese a nuestras diferencias y discusiones, eres mi padre, e incluso teniendo la posibilidad de hacerlo, no te hubiese reemplazado por nadie.
Dalia, me has enseñado que aunque poseas la excusa de estar en una profunda depresión, se puede llegar a ser feliz.

Todos vosotros me habéis hecho ver el mundo desde una perspectiva original, abstracta y única, me habéis hecho sentirme cómodo y querido mientras vivía; si he decidido acabar con esto es porque estaba agotado, fatigado del constante tormento, si lo he hecho es porque a pesar de respirar, sentía no poder inhalar aire fresco, si lo he hecho es porque a pesar de estar vivo, nunca me he sentido como tal.

En relación con mis pertenencias podéis hacer lo que queráis con ellas, mi ropa, mis pósteres... Tan solo me gustaría, mejor dicho, quiero, que mis libros y apuntes sean heredados por la única chica que de verdad los merece, Dalia. Ya sabéis lo cabezota y perseverante que soy, por lo que hasta que ese deseo no sea llevado a cabo, no pararé de aparecer en vuestra conciencia.

Por último solo me queda pedir “lo siento", siento no haber mencionado lo mucho que me importáis, siento no haber pasado más tiempo en vuestra compañía, siento haberme enfadado con vosotros, siento todo las cosas malas que hice y he hecho, siento no haberos pedido "lo siento" más a menudo, sobre todo siento no haber sido mejor.

El ÚNICO CHICO VIVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora