Estaba tirado sobre el frío suelo de la cocina, mareado, observaba los azulejos que tambaleaban levemente a causa de mi borrosa visión, mi respiración disminuía con lentitud, entré en un estado de sopor donde no sabía diferir la realidad. Habían pasado 8 días desde mi cumpleaños, cuando todo parecía tomar el agradable camino de la felicidad, una inesperada vez más mis emociones cayeron en picado, cerrando con llave para no poder ser liberadas; puede que fuera mi culpa por tener esperanzas en algo que siempre había considerado imposible.
El día comenzó como todos desde entonces, tratando de encontrar sueño para no tener que enfrentarlo, tratando de aferrarme a la cama, pero mi mente parecía llevarme la contraria y abría mis ojos como si dos rígidas pinzas los aguantasen. Las horas pasaban y lo único que hacía era dar vueltas por toda la casa con un dolor en el pecho y un sentimiento desértico en mi interior, sensaciones que buscaba calmar comiendo más y más, hasta que el bonito e impoluto suelo del baño acababa manchado de unas asquerosa mezcla de bollería industrial, patatas fritas en bolsa y distintos trozos de comida que no podía identificar, acompañado de un repugnante e intolerable hedor; me enjuagaba la boca varias veces con agua después de lavarme en profundidad los dientes y proseguía con mi rutina de calmar la ansiedad.
Llegó la tarde y nada hacía que el sufrimiento cesase, llevaba tiempo sin ver a Dalia, estaba tan ocupada con su ajetreada vida que no quería absorber su tiempo con la deprimente vida que yo llevaba; golpeé con fuerza la puerta de madera de mi cuarto hasta que mis nudillos se llenaron de astillas y acabaron ensangrentados, me dejé caer sobre el suelo con la cabeza escondida entre mis titubeantes rodillas y con mis manos agarrando con destreza mi sudoroso y grasiento pelo; causa de no haber tomado ni una sola ducha en una eterna semana; del que tiraba con odio, mientras enfurecidas y desbordantes lágrimas acompañaban mis ojos, ya no podía más. Siempre supe que era cuestión de tiempo que está decisión fuese tomada, lo que no sabía era como sentimientos novedosos y desconocidos para mí ser, podían marchitarse en cuestión de segundos, sometiéndome a aquellas sensaciones que siempre habían estado presentes en mí, que por mucho que cerraba la puerta y proclamaba...
-Adiós.
Conseguían traspasarla. Corrí llorosa y torpemente hasta la cocina y sin pensarlo abrí el gas, cerré todas y cada una de las ventanas de la casa, así mismo las cortinas de tal forma que solo reinase la oscuridad, donde siempre había estado, rodeado del color negro y el silencio. Me entretuve contando mis pasos, de tal modo que mi cabeza estaba ocupada en números y no cabía la posibilidad de arrepentimiento; cuando noté un leve mareo y un estado de somnolencia me tumbé sobre el gélido y azulado suelo de la cocina, con mi espalda apoyada sobre la pared que cordialmente iba deslizándose.
Mi padre estaba de viaje de negocios, mi madre tenía turno nocturno en el supermercado, ambos no llegarían a casa en varias horas, tenía vía libre. Poco a poco parpadeaba con más constancia, todo oscilaba a mí alrededor, un irritable dolor de cabeza y náuseas eran cada vez más presentes, sentía como mis latidos se intensificaban por segundos, podía sentir el corazón palpar mi pecho, supe lo que me iba a pasar; antes de que mis ojos fuesen obligadamente cerrados, fui yo quien realizó la acción, todo estaba inundado por el silencio, yo mismo me sorprendí de no temblar ni llorar, había aceptado lo que realmente quería, había apartado de mí aquellos pensamientos salvavidas, todo aquello que me podía persuadir a retroceder, a detenerme, ya lo había hecho, no había vuelta atrás.
-Tengo miedo de no tener miedo.
Una película de aleatorios recuerdos corría por mi mente, primero fue presente Dalia, me acordé de ella descansando su esbelto cuerpo sobre la farola, con su castaño pelo siendo catapultado por el viento, con sus marrones ojos que me sonreían bajo el estelar cielo; rememoré cada abrazo, cada beso, cada caricia, cada “te quiero” pronunciado por sus carnosos y rosados labios.
Lo segundo llegó a mí con fulgor; veía a mis padres, analizaba, contaba y apilaba en una lista cada favor, cada sacrificio, todo lo que habían hecho por mí y me sentí estúpido, me sentí orgulloso por no haber mostrado ningún signo de gratitud cuando pude hacerlo.
Entonces llegó el día lluvioso, con mi cabeza descansado sobre el vidrio de la ventana, con la gotas de lluvia chocando con crueldad contra el pavimento, con el radiante sol cesando el grisáceo y triste cielo, con el colorido y ancho arco iris haciéndose notar entre las nubes; me acerqué a él, salté de cabeza y dejé que su aura mágica y sus colores bañasen, degradasen todo mi cuerpo, formando parte de él, formando parte del cielo que siempre había estado conmigo. La última imagen, el último recuerdo...
Sin darme cuenta mis latidos cesaron bruscamente, mis pulmones dejaron de inhalar oxígeno, mi espalda termino por deslizarse hasta hacer contacto con el suelo, ahí donde descansaba el resto de mi cuerpo. Me fui del mundo con aquella visión, cerré los ojos con el más significativo recuerdo, el día en el que llegué entusiasmado a casa, con un solo propósito que contar a mis padres, con aquella idea que me acompaño el resto de mi vida, el día que me propuse ser feliz.
Después de todo el sufrimiento, después de todo el agua salada derramada, después de todas las heridas que finalizaron su amenaza en traslúcidas cicatrices, después de tanto dolor y angustia..., podía dormir.