(30 de junio de 2009)

18 8 0
                                    

El verano llegó armado de fortaleza, autoridad y vacaciones, nuestras salidas nocturnas pasaron a estar cubiertas de rayos extremadamente cálidos. El tiempo que pasaba con ella aumentaba rápidamente.

Después de una calurosa mañana en la playa, de bañarnos varias veces y de un largo e improvisado itinerario de cosas que hacer, el día llegaba a su fin. Dalia me invito a gastar unas cuántas horas más en su casa; vivía sola en un pequeño piso que había alquilado mientras estudiaba.

-Entra. Insistió cuando me mantenía quieto, frente a la entrada de su cuarto.

Asentí con la cabeza, conforme mis pies descubrían un novedoso suelo, yo analizaba determinado las paredes que me envolvían. Dalia se dispuso a abrir un viejo cajón, de donde cogió ropa seca, desprendían un agradable aroma a detergente. Tropecé con una caja de cartón que había sobre el suelo.

-Lo siento, aún tengo que organizar algunas cosas de la mudanza. Dijo sin desviar su mirada sobre mí, al mismo tiempo que su torso se despedía por una puerta, entrada de un pulcro y pequeño aseo.

Tan solo reinaban aquel hogar una diminuta estantería y una incómoda cama, un gran ventanal escondido tras unas grisáceas cortinas y un ancho mueble con pendientes, maquillaje y unos cuantos libros con marcapáginas en su interior.

-El gran Gatsby, F.Scott Fitzgerald. Leí curiosamente.

Dirigí mi mirada hacia una libreta negra situada con descuido bajo un aro de acero plateado, la abrí y descubrí en ella bocetos de ropa original y colorida, cada una con diferentes medidas y estilo. Era como si el autor de tales obras le hubiese puesto sentimiento y empeño en transmitir no solo comodidad e impresión, si no orgullo y gratitud por poder vestir tales prendas; había tantos sentimientos en cada bordado, en cada fino hilo que lo formaba, que era notable una larga historia personal. No constitutia solo ropaje y telas que pasarían de moda y serían tiradas a la basura más cercana, era arte.

-¿Son tuyos? Alcé mi voz para poder ser escuchado.

Dalia asomó su cabeza por el marco de la puerta, su arenosa cara se limpiaba por agua; confundida preguntó...

-¿Qué?

-Los diseños. Afirmé cargando con el ligero peso de la libreta sobre mi mano derecha.
-Si. Dijo, escondiendo una vez más su presencia en el baño.
-Son mágicos. Susurré, tratando de poder asimilar mis palabras y del mismo modo intentar explicar la sensación que me aportaba ver aquellos dibujos.

Salió, entrando así a la habitación donde tomo asiento sobre un extremo de la cama, arrugando las sábanas blancas colocadas sobre esta.

-¿Los ha visto alguien? Formulé esperando con impaciencia su respuesta.

Suspiró con inseguridad, acción que me llevo a suponer que la respuesta era negativa.

-¡Dalia! Proclamé con tanta vehemencia e ímpetu que al percatarme apacigüe deliberadamente el tono de mi voz.
-No lo sé Ethan, no creo que sean lo suficientemente buenos para ser... Acabó en murmuros, lo suficientemente audibles para poder ser escuchados, pero no comprendidos.

Me acerqué a ella, me senté a su lado agarrando sus perfectas manos color ocre y le miré efusivamente.

-No son sólo buenos Dalia, son increíbles.

Sus pupilas se dilataron hasta tal punto que sus ojos marrones se desvanecieron por un oscuro negro, permitía ver mi reflejo tras sus cristalizados óvalos.

-No hay persona que haya conocido que sea más suficiente que tú. Proseguí sin detenerme si quiera en respirar o pensar en las posibles consecuencias y la coherencia de mis palabras.

Elevé una de mis manos hasta tocar su suave piel, coloque tras su oreja un rizado mechón de pelo, colgante sobre sus hermosos ojos. Lentamente mi mano tomo un delicado recorrido desde sus pómulos hasta su mandíbula, sin pensarlo cerré los ojos e hice contacto con sus suaves y fríos labios; en ese instante supe que fuera donde fuera, estuviese donde estuviese, ella siempre me acompañaría. Cuando el beso se dio por finalizado, Dalia saltó con desbordantes lágrimas en su rostro y me abrazó con fuerza, dejando impronta de su afecto en mi carne, declarando aquellas palabras que hicieron detener los latidos de mi corazón por un instante, palabras que me hicieron acompañar su llanto, palabras que sin ninguna lógica razón, sin ningún planteamiento posible, me llevaron a pensar, a saber, que ese simple pero profundo término, había sido guardado con esmero, esperando el momento adecuado para pronunciarse.

-Te quiero.

El ÚNICO CHICO VIVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora