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Su primera clase había sido historia, disfrutó el conocer un poco más sobre la prehistoria, aunque había sido muy poco el tiempo que estuvo en ella debido al atraso en el departamento de orientación, realmente le sacó provecho.

Le siguió cálculo integral, odiaba los números y no se sentía capaz de resolver ningún ejercicio que se le pusiera enfrente, aun así, ponía todo su esfuerzo, siempre había destacado con sus buenas notas y por ser un buen estudiante, eso no había a cambiar.

La tercera fue física y luego el almuerzo había llegado al fin, y aunque no tenía dinero para el almuerzo y su estómago regia con fuerza, no se quejaba, estaba acostumbrado a sus malos hábitos alimenticios.

Ya ni siquiera podía sentirse mal de saber que a su hermana sí le daban dinero.

Había subido a la azotea y se dejó golpear por el viendo mientras sus castaños cabellos danzaban y se despeinaban por ello.

Le siguieron dos clases más y, finalmente, el reloj dio las tres, la hora que Jimin tanto ansiaba.

No era solo porque era la hora en la que sus clases terminaban, sino también porque era el momento en el que podía ir a aquel lugar que tanto ansiaba y por el que tanto había insistido en entrar.

Había guardado con velocidad sus cosas dentro de aquella desgastada mochila para posteriormente correr tanto como sus piernas se lo permitieran, el taller de música le esperaba. Era espacioso y estaba alejado de todo el bullicio de los estudiantes, justo hasta el final de la institución, por lo que llegar ahí se complicó un poco.

Una vez estuvo cerca escuchó una hermosa melodía que lo hizo detenerse justo frente a la puerta de vidrio que tenía una elegante calca en ella que anunciaba ser el prometido taller de música.

Sonrió y cerró sus ojos, dejándose atrapar por la dulce melodía, sin saber nada respecto al tema pero sintiéndose todo un experto cuando su corazón se enfrió y un sentimiento extraño lo invadió, dejándose envolver en la tristeza que el pianista transmitía.

Una lágrima bajó por sus mejillas y abrió los ojos, puchereó mientras limpiaba la lágrima y suspiró, finalmente abriendo la puerta, caminando por el largo pasillo que separaba las áreas del taller de música hasta llegar al ultimo salón.

Se asomó con cuidado de no ser visto, y ahí estaba él. Min Yoongi era el creador de aquella melodía. 

Sus cabellos rubios despeinados mientras sus ojos se mantenían cerrados, dándole la espalda al acceso del taller. Parecía absorto en la melodía, tocando con sus largos dedos cada tecla como si se tratara del mismísimo cielo, tan concentrado en ello que todo lo demás parecía ser insignificante. 

Estaba solo, no había nadie ni nada más ahí además de un solo piano.

No pasó mucho tiempo cuando el sonido se detuvo y Min volteó a verle con una pequeña sonrisa, como si supiera que Jimin había sido su espectador ese poco tiempo, conocedor de su presencia aun si se encontraba a sus espaldas.

Y Jimin devolvió el gesto en una sonrisa tímida y bajando la mirada por verse descubierto.

Y en aquel entonces, ¿cómo iba imaginar que aquel chico frente a él, luciendo tan inofensivo, podría hacerle tanto daño?

—Te llamas Jimin, ¿cierto? —inquirió y ensanchó su sonrisa al verlo asentir.

Yoongi se levantó, dirigiendo a pasos lentos hasta donde Jimin estaba, pareciéndole de tierno de cierta forma como el chico tenía la cabeza gacha en un inútil intento de esconder a sus coloradas mejillas.

Sintió el tacto frío de aquel índice en su barbilla y casi jadeó por ello, su rostro fue levantado con delicadeza y nuevamente se sintió atrapado en aquel par de ojos que parecían desnudarle, siendo conocedor de todos sus pecados con solo mirarle.

—Eres muy bonito para ser un chico, Jimin —Yoongi frunció el ceño y se apartó, sintiéndose vació por la lejanía—. ¿Venías a inscribirte?

—S-Sí —respondió en un susurro casi inaudible.

Y Yoongi se sentía desfallecer por aquel chico bonito, con sus mejillas rojas, sus labios gruesos que eran atrapados por sus dientes en un acto de ansiedad y por aquella voz suave y hermosa. 

Park Jimin era peligroso sin siquiera ser consiente de ello.

—Vamos —lo miró un poco más, estudiándole de pies a cabeza para luego pasar a su lado y dirigirse al vestíbulo, siendo seguido por Jimin.

El rubio tomó un lapicero del escritorio que estaba justo en la entrada, revisó unas hojas de la gaveta de este y le entregó una hoja para llenar con sus datos. 

Jimin sentía sus nervios aumentar cada que escribía una nueva palabra en la hoja, la vista de Yoongi no se había despegado de él ni un solo segundo, se sentía observado y eso lo hacía temblar. Tragó pesado y suspiró una vez terminó, entregándole la hoja al rubio.

—No hay muchos estudiantes, somos muy pocos en realidad, tanto que no tenemos ni una secretaria para administrar el taller —confesó, mientras se adentraba nuevamente en el pasillo, llamándole a que le siguiera—. Acá está el estudio —detuvo sus pasos en la primera puerta, luego siguió con los demás salones hasta llegar al ultimo, al que es el suyo— ¿Tocas el piano?

Apenas y atinó a negar con su cabeza, nervioso por la mirada del rubio sobre él.

Yoongi sonrió satisfecho por el manojo de nervios que provocaba en el otro, e impulsivamente tomó la pequeña mano del castaño para caminar hasta el piano. —Es mío y no me gusta que nadie lo toque, pero contigo haré una excepción, ¿quieres aprender?

Maniac ; yoonminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora