INTRODUCCIÓN.

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Érase una vez, en las tierras de Messis, el Rey Danilo y la Reina Alessandra se encontraban en una angustia tremenda. Su pequeña princesa Carmela, de tan solo seis meses estaba gravemente enferma. Los médicos del rey no le encontraban cura alguna, y los reyes estaban perdiendo las esperanzas.

La Reina estaba inconsolable, ni siquiera su adorado esposo y rey la podía calmar, ya que se encontraba en la misma situación. Sus esperanzas estaban desechas y apenas podían procesar que su hija vivió solo unos seis meses.

La angustia de su majestad Alessandra era aún más grande, ya que le habían dicho que era imposible que pudiera albergar una vida en su vientre, y su pequeña princesa era un milagro, era injusto que los dioses se la quisieran arrancar de sus manos.

Pero, justo cuando la agonía reinaba, uno de los guardias reales interrumpió su pesar, trayendo lo que sería la cura a la adorable bebé. –¡Su majestad! –El guarda irrumpió en la habitación donde se encontraba la princesa en su cuna– ¡Hemos encontrado la cura!

Los reyes brincaron ansiosos de sus sitios, la esperanza volvía a ser palpable. –¿Cuál es? ¿En dónde se encuentra? ¡Habla! –Ordenó el rey.

El caballero tragó saliva, un poco asustado de lo que pudiera pasar y de sus consecuencias, pero no tenían otra alternativa. –En el trigal oscuro, su majestad.

A ambos reyes se les puso la piel de gallina, el trigal oscuro estaba compuesto por trigos totalmente secos y sin vida, ya que allí vivía una vieja bruja. La leyenda decía que quien se atrevía a pisar aquel sitio quedaba maldito, sin excepción.

Pero, también se decía que, entre esos trigos muertos, había unos completamente con vida, que le daban vitalidad a la malvada bruja. Eso era lo que la princesa necesitaba.

–Pues vayan –Demandó el rey–, si encuentran a la bruja, mátenla.

Y así fue, un grupo perteneciente a la guardia real fueron en camino. Encontraron aquellos trigos, cortaron uno, y lo llevaron rápidamente al palacio en donde hicieron pan, y cuando estuvo listo se lo dieron de comer a la princesa lo más pronto posible.

De inmediato empezó a curarse, todo el reino festejó por la recuperación de la princesa, siendo un festejó que duró tres días. Y todo marchó bien.

Pero, este no es el final de la historia, esto no es para nada un felices para siempre.

Los años pasaron, y la princesa se encontraba celebrando su cumpleaños número diecisiete, toda la realeza y amigos de la princesa estaban allí. Las decoraciones eran una variedad de flores rojas y decorados dorados que resaltaba con el cabello de la princesa Carmela.

Se había convertido en una joven bastante hermosa. Cabellos tan dorados cual oro, piel tan blanca como la nieve y ojos azules como el ancho mar. Su contextura era delgada, y tenía un cuerpo que tenía a los más jóvenes de la corte encantados.

Pero a nuestra querida princesa eso no le importaba, solo el que se haya escapado de su fiesta a las cocinas del palacio, a ver a la única persona que le interesaba y que jamás la ha dejado sola.

Entre bandejas y copas de plata se encontraba uno de los sirvientes reales. Niall vivía sirviendo a la corona desde sus trece años, desde ahí creció con la princesa, siendo su mayor confidente desde entonces. Ahora ya tenía dieciocho, pero seguía allí, y cada vez lo disfrutaba más por la compañía de Carmela.

Sus ojos azules tan serenos como el mar que rodeaba todo el continente de Citia, era lo que tenía suspirando a la princesa, sabía que sus padres no aprobarían lo suyo, ya que era uno de los sirvientes, pero poco le podía importar.

Érase una vez. (l.s)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora