La Cabaña del Mayor

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... la muchacha del espejo guiñó los dos ojos... 


Sólo eran las siete y cuarto. No había que darse prisa para llegar a casa. La madre de Sofía dormiría aún un par de horas; los domingos se hacia siempre la remolona. ¿Debería internarse más en el bosque para ver si encontraba a Alberto Knox? ¿Pero por qué el perro le había gruñido así? Sofía se levantó del tocón y comenzó a andar por el sendero por el que Hermes se había alejado. En la mano llevaba el sobre amarillo con todas las hojas sobre Platón. Por un par de sitios el sendero se dividía en dos, y en esos casos, seguía por el más ancho. 

Por todas partes piaban los pájaros, en los árboles y en el aire, en arbustos y matas, muy ocupados en el aseo matinal. Ellos no distinguían entre días laborables y días festivos, ¿pero quién había enseñado a los pájaros a hacer todo lo que hacían? ¿Tenían un pequeño ordenador por dentro, "un programa de ordenador" que les iba diciendo lo que tenían que hacer? Una piedra rodó por un montículo y bajó a mucha velocidad por la vertiente entre los pinos.

El bosque era tan tupido en ese lugar que Sofía apenas veía un par de metros entre los árboles. De repente, vio algo que brillaba entre los troncos de los pinos. 

Tenía que ser una laguna. El sendero iba en dirección contraria, pero Sofía se metió entre los árboles. No sabía exactamente por qué, pero sus pies la llevaban. La laguna no era mucho mayor que un estadio de fútbol. Enfrente, al otro lado, descubrió una cabaña pintada de rojo en un pequeño claro del bosque, enmarcado por troncos blancos de abedul. Por la chimenea subía un humo fino. 

Sofía se acercó hasta el borde del agua. Todo estaba muy mojado, pero pronto vio una barca de remos, que estaba medio varada en la orilla. Dentro de la barca había un par de remos. 

Sofía miró a su alrededor. De todos modos, sería imposible rodear la laguna y llegar a la cabaña roja con los pies secos. Se acercó decidida a la barca y la empujo al agua. Luego se metió dentro, colocó los remos en las horquillas y empezó a remar. Pronto alcanzó la otra orilla. 

Atracó e intentó llevarse la barca. Este terreno era mucho mas accidentado que la orilla que acababa de dejar. Miró hacia atrás una sola vez, y se acercó a la cabaña. Estaba escandalizada de sí misma. ¿Cómo se atrevía? No lo sabía, era como si hubiese "algo" que la empujase.

Sofía fue hasta la puerta y llamó. Se quedó un rato esperando, pero nadie fue a abrir. Cuando giró cuidadosamente el picaporte de la puerta, ésta se abrió. —¡Hola! —dijo—. ¿Hay alguien? Sofía entró en una sala grande. No se atrevió a cerrar la puerta tras ella. Era evidente que alguien vivía allí. 

Sofía oía arder la leña en una vieja estufa. De modo que tampoco hacía mucho tiempo que alguien había estado ahí. En una mesa grande de comedor había una máquina de escribir, algunos libros, un par de bolígrafos y un montón de papel. Delante de la ventana que daba a la laguna había una mesa y dos sillas. Por lo demás, no había muchos muebles, pero una pared estaba totalmente cubierta de estanterías con libros. 

Encima de una cómoda blanca colgaba un espejo redondo con un marco macizo de latón. Parecía muy antiguo. En una de las paredes había dos cuadros colgados. Uno, era una pintura al óleo de una casa blanca junto a una pequeña bahía con casetas rojas para barcas. Entre éstas y la casa había un empinado jardín con un manzano, unos arbustos tupidos y piedras salientes. El jardín tenía como un marco de abedules. El titulo del cuadro era«Bjerkely».

Junto a ese cuadro colgaba un viejo retrato de un señor sentado en un sillón, delante de la ventana, con un libro sobre las rodillas. 

También aquí había una pequeña bahía con árboles y piedras al fondo. Seguro que el cuadro había sido pintado hacía varios centenares de años y el título del cuadro era "Bjerkely". 

El mundo de Sofía-Jostein GaarderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora