Otro filósofo que no se contentaba con la teoría de que un solo elemento –por ejemplo el agua- pudiera convertirse en todo lo que vemos en la naturaleza, fue Anaxágoras (500-428 a. de C). Tampoco aceptó la idea de que tierra, aire, fuego o agua pudieran convertirse en sangre y hueso.
Anaxágoras opinaba que la naturaleza está hecha de muchas piezas minúsculas, invisibles para el ojo. Todo puede dividirse en algo todavía más pequeño, pero incluso en las piezas más pequeñas, hay algo de todo. Si la piel y el pelo no se han convertido en otra cosa, tiene que haber piel y pelo también en la leche que bebemos, y en la comida que comemos, opinaba él.
A lo mejor, un par de ejemplos modernos puedan ilustrar lo que se imaginaba Anaxágoras. Mediante la técnica de láser se pueden, hoy en día, hacer los llamados hologramas. Si el holograma muestra un coche, y este holograma se rompe, veremos una imagen de todo el coche, aunque conservemos solamente la parte del holograma que muestra el parachoques.
Eso es porque todo el motivo está presente en cada piececita. De alguna manera, también se puede decir que es así como está hecho nuestro cuerpo. Si separo una célula de la piel de un dedo, el núcleo de esa célula contiene no sólo la receta de cómo es mi piel, sino que en la misma célula también está la receta de mis ojos, del color de mi pelo, de cuántos dedos tengo y de qué aspecto, etc.
En cada célula del cuerpo hay una descripción detallada de la composición de todas las demás células del cuerpo. Es decir, que hay «algo de todo» en cada una de las células. El todo está en la parte más minúscula.
A esas «partes mínimas» que contienen «algo de todo», Anaxágoras las llamaba «gérmenes» o «semillas». Recordemos que para Empédocles era «el amor» lo que unía las partes en cuerpos enteros. También Anaxágoras se imaginaba una especie de fuerza que «pone orden» y crea animales y humanos, flores y árboles. A esta fuerza la llamó espíritu o entendimiento (nous).
Anaxágoras también es interesante por ser el primer filósofo de los de Atenas. Vino de Asia Menor, pero se trasladó a Atenas cuando tenía unos 40 años. En Atenas lo acusaron de ateo y, al final, tuvo que marcharse de la ciudad. Entre otras cosas, había dicho que el sol no era un dios, sino una masa ardiente más grande que la península del Peloponeso. Anaxágoras se interesaba en general por la astronomía. Opinaba que todos los astros estaban hechos de la misma materia que la Tierra. A esta teoría llegó después de haber estudiado un meteorito. Puede ser, decía, que haya personas en otros planetas. También señaló que la luna no lucía por propia fuerza sino que recibe su luz de la Tierra. Explicó, además, el porqué de los eclipses de sol.
P. D. Gracias por tu atención, Sofía. Puede ser que tengas que leer y releer este capítulo antes de que lo entiendas todo. Pero la comprensión tiene necesariamente que costar algún esfuerzo. Seguramente no admirarías mucho a una amiga que entendiera de todo sin que le hubiera costado ningún esfuerzo. La mejor solución a la cuestión de la materia primaria y los cambios de la naturaleza tendrá que esperar hasta mañana. Entonces conocerás a Demócrito. ¡No digo nada más!
Sofía estaba sentada en el Callejón mirando por un pequeño hueco en la maleza. Tenía que poner orden en sus pensamientos, después de todo lo que acababa de leer. Era evidente que el agua normal y corriente no podía convertirse en otra cosa que hielo y vapor. El agua ni siquiera podía convertirse en una pera de agua, porque incluso una pera de agua estaba formada por algo más que agua sola. Pero, si estaba tan segura de ello, sería porque lo había aprendido.
¿Habría podido estar tan segura de que el hielo sólo estaba compuesto de agua si no lo hubiera aprendido? Al menos habría tenido que estudiar muy de cerca como el agua se congelaba y el hielo se derretía.
Sofía intentó, volver a pensar de nuevo con su propia inteligencia, sin utilizar lo que había aprendido de otros. Parménides se había negado a aceptar cualquier forma de cambio. Cuanto más pensaba en ello Sofía, más convencida estaba de que él, de alguna manera, tenía razón. Con su inteligencia, el filósofo no podía aceptar que algo» de repente se convirtiera en algo completamente distinto. Había sido muy valiente porque a la vez había tenido que negar todos aquellos cambios en la naturaleza que cualquier ser humano podía observar. Muchos se habrían reído de él.
También Empédocles había sido muy hábil utilizando su inteligencia al afirmar que el mundo necesariamente tenía que estar formado por algo más que por un solo elemento originario. De ese modo, se hacían posibles todos los cambios de la naturaleza sin cambiar realmente. Aquel viejo filósofo griego había descubierto todo esto utilizando simplemente su razón. Naturalmente, habría estudiado la naturaleza, pero no tuvo posibilidad de realizar análisis químicos como hace la ciencia hoy en día.
Sofía no sabía si tenía mucha fe en que fueran precisamente la tierra, el aire, el fuego y el agua las materias de las que todo estaba hecho. Pero eso no tenía importancia. En principio Empédocles tenía razón. La única posibilidad que tenemos de aceptar todos aquellos cambios que registran nuestros ojos, es introducir más de un solo elemento.
A Sofía la filosofía le parecía aún mas interesante porque podía seguir los argumentos con su propia razón, sin tener que acordarse de todo lo que había aprendido en el instituto. Llegó a la conclusión de que, en realidad, la filosofía no es algo que se puede aprender, sino que quizás uno pueda aprender a pensar filosóficamente.
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El mundo de Sofía-Jostein Gaarder
CasualeLa obra trata de una pequeña de 14 años, que el 15 de junio cumplirá 15 años. Su vida cambia increíblemente cuando recibe la carta de un filósofo que le enseña cómo es el mundo desde la filosofía.