Capítulo 12: Dos tiros

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Estaba bastante agotada y decidí dormirme un rato más. No sabía la hora ni el día prácticamente en el que vivía. Solo sentía agotamiento, tanto ir de un lado para otro.

Muy a mi pesar en dos segundos ya estaba roque. Mi cuerpo no respondía de mí y ya no tenía nada más que hacer que seguir durmiendo. En un momento dado, no sabía cuánto, escuche la tapa del buzón de la puerta de mi casa. Me despertó. Soy de sueño muy ligero aunque esté completamente soñolienta. Me dirigí hacia allí y aún revoloteaba una hoja de color negra con letras grises. La cogí al vuelo y leí en color rojo boletín especial fin de semana, más abajo ponía: Hace unas semanas buscamos junto a todo el pueblo a la señora Sophie Quingle después de saberse que estaba desaparecida. Esta misma mañana dimos el pésame al señor Tom Quingle tras el descubrimiento de su cadáver descuartizado muy cerca del lago. Y ahora detienen a Tom como principal sospechoso. No podía creerme lo que estaba leyendo. —¿La ha descuartizado? Es un asesino sin escrúpulos. Ya no sé qué más debo hacer para que Sophie no muera y todo esté como era. No quiero seguir viviendo esta pesadilla.

Me dirigí a la habitación a buscar el libro, suponía que debía estar allí y llevaba la mariposa en la mano. Un flash vino de nuevo a mi cabeza, dejándome aturdida en medio del pasillo. Caí al suelo. Me desplomé.

Lía, Lía iba escuchando de lejos. No paraba de repetirse mi nombre en la cabeza. Me dolía demasiado. No tenía fuerzas para volverme a levantar. Mi subconsciente quería verme de nuevo en pie pero me sentía demasiado frustrada. Sin ganas de más. Sin más fuerza para dar un golpe sobre la mesa y seguir adelante. Seguía en el suelo del pasillo, estirada completamente. No podía ni parpadear y por el esfuerzo no abría los ojos. Intenté relajarme y respiré continuamente. Mis oídos oían el vaivén de mis pulmones al coger y dejar el aire. Volvía a mi pensamiento, estaba sola. Al principio imaginé que era divertido, que quizá era única en mi especie o algo por tener una mariposa que me hacía volver a empezar. Pero y si en realidad, ¿Era una de las peores desgracias que podría pasarme? Quizá no me había detenido de verdad antes a reflexionar y mirar que estaba sucediendo. Quizá no quería solo que cambiar algo que no me tocaba a mí decidir cómo debía de ser. Creía que había querido jugar a ser dios y el juego me había descalificado por miedica. Por no saber afrontar lo que me pasaba. Por estar cansada de siempre lo mismo.

—¿Es esto lo que quiero hacer? ¿Dejarme vencer?Nunca. Soy Lía, una chica de tan solo quince años que quiere ser algo más que unas palabras escritas. Quiero ser alguien sin ser reconocida. Quiero poder acabar esto que empecé y si debo hacerlo sola es porque es así sin más. Además quién dice que estoy sola ¿Cuándo mi abuelo escribió todo aquello en el libro? ¿Quién dice que no me guía en cada aventura en la que me adentro y me ayuda a salir de ella? Solo necesito fuerza de voluntad y su presencia a mi lado y como no la tengo, me aguanto con la fuerza de voluntad y sigo adelante. Tengo que pisar fuerte y sí se puede, con los dos pies.— 

De repente abrí los ojos, me sentía revitalizada. Huí del temor y poco a poco me puse de rodillas. Miré hacia mi lado izquierdo y ahí estaba la mariposa, brillando de nuevo. Me llamaba, debía acudir a ella. Quizá solo me pedía ayuda. No debía ser infantil y dejarme vencer. Era más fuerte que todo eso. Debía serlo. Por mi misma, por mi abuelo.

Me relajé del todo y me puse en pie. Me dirigí, ahora sí, hacia mi habitación. Estaba completamente igual que antes, aunque las chicas la desordenaron un poco buscando mi uniforme de animadora. ¿Entonces no fue un sueño? Mi mente daba vueltas pero no conseguía todas las respuestas que deseaba encontrar.

Me senté en una butaca que había de colores pastel. La verdad que me encantaba. Ya me fijé el primer día en entrar aquí y no tuve la oportunidad de pararme a mirarla. Era azul, verde, amarillo y rosa pastel. De topos y rayas. Bonita combinación. Me senté y también recogí mis rodillas en ella. Me tapé hasta media cintura con una manta delicada y suave de color blanca. Llevaba  el libro entre mis manos, y me dispuse de nuevo a leer. Esta vez más despacio, con calma pero con muchas ganas de volver.

¿Volvemos a empezar? © [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora