(17) Hasta donde

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Según el avión iba aterrizando, sentía que estaba despertando de aquel sueño tan hermoso.  Mi felicidad iba bajando de nivel hasta que un detalle me pegó fuerte.  En unos momentos vería a Jeremías, y aun no habían pasado veinticuatro horas desde que compartí un beso con Sebastián.

Entonces fue cuando comencé a sentir algo de remordimiento.  Tengo que admitirles, y espero que guarden mi secreto, que me gusta Sebastián y que disfruté cada momento que compartimos juntos; incluyendo aquel beso.  Cómo fui capaz? Si tenía un novio que me amaba y me estaba esperando.

Moví mi cabeza bruscamente, intentando borrar mis pensamientos; ganando una mirada extraña del señor que estaba sentado a mi lado.  Mi realidad era solo esta; eso fue algo entre Sebastián y yo, algo que nadie sabe y será nuestro secreto.

Al salir del terminal de aviones, inmediatamente vi a mi papá; así que comencé a caminar hacia él llena de alegría.  Unos brazos tomándome por sorpresa, detuvieron mis pasos por un momento.

“Me hizo mucha falta, señorita” me dijo Jeremías.

“Tú también, te amo” le respondí mientras soltaba mi bolso, abrazándolo llena de emoción; olvidando mi intención de llegar hasta mi papá.

“Y no te emocionas de verme a mí?” sentí la voz de mi papá a mis espaldas.

“Seguro!” le respondí, soltando a mi novio y colocándome entre los brazos de mi papá.

“Me hiciste mucha falta, mi princesa.  De corazón deseo que este año sea largo. No quiero que te vayas de mi lado por más tiempo que este.  Ya es lo suficientemente difícil.”

“Papá, sabes que ese es mi deseo.  Que luego volveré a trabajar a tu lado, y me tendrás siempre.  Si quieres, cada vez que tengas un viaje de negocios, iré contigo como tu socia.”

“Suena bien.”

“Y yo?” preguntó Jeremías observándonos a ambos.

“Tendré tiempo para los dos.  No te preocupes” respondí sonriendo.

Luego  de esto, papá nos llevó a comer algo, dejamos a Jeremías en su casa y llegamos a la nuestra.  Para variar, Amanda actuó de forma cordial frente a papá, mientras que yo simplemente sentía escalofríos de solo pensar qué cosas le estaban pasando por la mente; ese odio inexplicable que tanto me hacía sufrir.

La escuela comenzó, y me sentí feliz.  Veía a mis amigos a diario, y se unía a esta felicidad, el hecho de que Amanda estaba ayudando en la empresa de papá, ya que una de sus secretarias se fue de maternidad y no tenían quien la reemplazara.  Lo que significaba que no veía a Amanda hasta tarde en la noche.  Esto me daba tiempo de compartir con mis amigos y hacer, como siempre, todas las tareas del hogar.  Simplemente sin que nadie me molestara, o me pegara.

Sebastián y yo hablábamos casi a diario, y me alegró mucho el que regresó a la universidad motivado.  Podía escuchar en su voz la alegría que tenía, aunque no perdía la oportunidad para decirme cuanto me extrañaba.

“Yo también te extraño mucho Sebastián” decía en el teléfono cuando sentí que alguien entro a mi habitación.

Jeremías estaba parado allí, mirándome algo serio, con su bulto en el hombro, y varios libros en la mano.

“Estás bien, Gabriella?” preguntó Sebastián en el otro lado del teléfono.

“Sí, estoy bien.  Hablamos luego, Sebastián.  Jeremías está aquí.”

“De acuerdo.  Te cuidas mucho” dijo él con su voz diferente a la de apenas unos segundos atrás.

“Qué haces aquí? Cómo entraste?” pregunté mientras colocaba mi teléfono en el escritorio y caminaba hacia él.

Cruzando PuertasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora